“Por esta razón a partir de 1969 para Lacan hay una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de los niños: la sexualidad femenina”. E. Laurent 1999.
Es frecuente dentro del psicoanálisis pensar que teoría y práctica son dos caras de la misma moneda, sin embargo resulta igual de frecuente el salto cualitativo que se establece entre la teoría analítica y aquello que encontramos en dicha experiencia. Más bien cabría hablar de formalización de la práctica, si se entiende por ésta el intento de situar los movimientos que se producen en un caso clínico.
Algo similar ha ocurrido con el estatuto del cuerpo en psicoanálisis, sobretodo tomando la noción de cuerpo fragmentado para las psicosis y el cuerpo del espejo y sus trampas narcisistas para el campo de las neurosis. Sin embargo ¿de qué modo se manifiesta el cuerpo en la experiencia del análisis? Más aún, la experiencia del cuerpo fragmentado en la psicosis -o lo que se ha denominado lenguaje de órgano- se constata y suele coincidir con momentos de descompensaciones que en su mayoría se verifican acompañados de supuestos neuróticos sobre las vivencias que el psicótico tiene del cuerpo. O como fuera el caso de un paciente de diez años quien luego de faltar a la sesión, recibo el llamado de su madre para avisarme que lo habían internado la noche anterior por una inflamación en el apéndice, y por lo cual debía ser intervenido quirúrgicamente. Al referirse al suceso –la madre- afirma: “Cuando le hicieron una ecografía y vieron la inflamación que tenía los médicos dijeron que le debe haber dolido mucho pero que sin duda se la aguantó”. Cabe señalar entonces -para no entrar en disquisiciones médicas- la sorpresa que se llevaron los médicos al observar la falta de registro de dolor en este caso, aunque más interesante resulta el acto neurótico (de los médicos) al suponerle tal o cual vivencia al joven paciente.
Dicho de otro modo, la suposición misma es el despliegue de la fantasía neurótica, verificación que se produce en la clínica de las neurosis y su relación al cuerpo de un modo particular, y tal como se mencionó anteriormente, en su relación a la imagen narcisista: en la neurosis obsesiva con la potencia fálica bajo la forma del “poder o no poder” -justamente el “poder” confirma su ser fálico-, y asegura dicha vertiente corporal en el desafío en que deviene el acto para la neurosis. En consonancia con esto Freud dirá que el síntoma obsesivo anida en el yo, verificación que se produce en el modo de hablar respecto del cumplimiento de la regla fundamental:
“Según toda nuestra experiencia el neurótico obsesivo halla particular dificultad en obedecer a la regla psicoanalítica fundamental. Su yo es más vigilante y son más tajantes los aislamientos que emprende, probablemente a consecuencia de la elevada tensión de conflicto entre su superyó y su ello. En el curso de su trabajo de pensamiento tienen demasiadas cosas de las cuales defenderse: la injerencia de fantasías inconscientes, la exteriorización de las aspiraciones ambivalentes”[1].
Esta indicación es de particular importancia por sus consecuencias en relación al cuerpo: “Ahora bien, en tanto procura impedir asociaciones, conexiones de pensamientos, ese yo obedece a uno de los más antiguos y fundamentales mandamientos de la neurosis obsesiva, el tabú del contacto”[2] . Así se verifica el carácter sorpresivo con que se presenta el deseo del Otro, pero particularmente para esta forma de la neurosis resulta un motivo de consulta habitual debido al retiro del encuentro sexual en los jóvenes hoy en día.
De otro modo en la histeria la conversión que ha sido la vía de entrada de los desarrollos freudianos se presenta de manera esquiva llevando algún tiempo, en ocasiones, hasta dar con su particular “solicitación somática” que caracteriza al síntoma histérico. En última instancia “el síntoma: en lo que es, un acontecimiento de cuerpo”[3], se despliega como desconocimiento para la histeria y la obsesión, siendo modos diversos ante un acontecimiento que se presenta de modo extraño.
La clínica con niños cobra una particularidad aún mayor en el punto en que pareciera que podría prescindirse de hablar del cuerpo, en este caso no se trata de un cuerpo afectado por contracturas ni dolores de cabeza como en la actualidad de la histeria aunque más no sea con una mera sensación de asco, pero tampoco con un cuerpo que padezca de la potencia o de la impotencia como en la neurosis obsesiva. Sin embargo, ¿qué orden de manifestación adquiere el cuerpo en la experiencia del análisis con niños?
Podríamos recurrir al caso Juanito[4], puesto que Lacan en su “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”[5] retomará el caso freudiano, pero esta vez en su referencia al cuerpo:
“Ese rechazo no merece en lo más mínimo ser etiquetado como autoerotismo, con el sólo pretexto de que después de todo ese Wiwimacher lo tenga enganchado en algún lugar de su bajo vientre. El goce que resulta de ese Wiwimacher le es ajeno hasta el punto de estar en el principio de su fobia”[6]
Así se pone de de manifiesto que la irrupción del goce fálico se produce de un modo sorpresivo para el pequeño Hans, en cuyo epicentro encontramos posteriormente la conformación del síntoma fóbico. Teniendo en cuenta que las referencias de Juanito sobre su cuerpo resultan mayormente en relación a su genitalidad, incentivadas por la interpretación fálica del padre del niño, resultan poco frecuentes presentaciones clínicas similares, aunque en todo caso importa aún más desde esta perspectiva tener en cuenta que se pierde aquello que Freud ha desarrollado acerca de las teorías sexuales infantiles, siendo éstas el modo mismo en que el niño inviste el saber –o la curiosidad- motorizadas por la satisfacción pulsional. Es por eso que las consultas de los padres son frecuentes para interiorizarse en el modo en que podrían enseñarles diferentes aspectos de la sexualidad a sus hijos, finalizando estos intentos en una impaciencia por parte del adulto, pero que en último término devela que las preguntas del niño no buscan respuestas realistas –y de allí que cuando las proferimos generalmente nos corrijan o nos muestren su rechazo-.
Entonces, y retomando la pregunta central, en el análisis con niños hay un clara incidencia del cuerpo aunque de un modo diverso al del adulto. En principio, y tal como lo anticipábamos, porque la referencia directa al cuerpo es ya un modo del adulto de abordarlo, y que por lo general coincide con una determinada posición fantasmática. Dicho de otro modo, el niño al no contar con lo que se podría denominar “el segundo tiempo de la sexualidad” que ocurre en la pubertad, no cuenta con un organismo que pueda responder al deseo sexual –que es siempre infantil-, y por lo tanto no queda expuesto al encuentro con el cuerpo del otro, dimensión para la cual la fantasía es ya un modo de respuesta.
Si bien podría pensarse que para Juanito el goce fálico se le presenta en su carácter de Otredad, sin embargo hay una dimensión de la castración que se pondrá en juego en el encuentro sexual con el otro:
“En verdad, pienso que el éxito del goce en la cama está esencialmente hecho, como han podido verlo, del olvido de la regla de cálculo. ¿Por qué es tan fácil de olvidar? Es sobre lo que insitiré siempre, está ahí todo el resorte de lo satisfactorio, en lo que por otra parte subjetivamente se traduce por la castración”[7].
En éste seminario –“La lógica del fantasma”- Lacan comenzará a trabajar lo que posteriormente será el prolegómeno de su aforismo “no hay relación sexual”. El punto que interesa a los fines de este desarrollo reside no sólo en que el niño no cuenta con un organismo para responder a la relación sexual -con el que el adulto cuenta sólo biológicamente-, sino que a dicho encuentro se responde con las más diversas fantasías:
“El encuentro sexual de los cuerpos no pasa en su esencia por el principio del placer. Sin embargo, para orientarse en el goce que supone (orientarse no quiere decir entrar), no hay otra suerte de referencia que esta suerte de negativización llevada sobre el goce del órgano de la copulación en tanto que define al presumido macho, a saber, el pene. De ahí surge la idea de un goce femenino, he dicho surge la idea y no el goce. Es una idea, es subjetivo”[8].
Al menos una importante orientación clínica se podría extraer de esta referencia, dado que al encuentro sexual no sólo se responde con una fantasía, sino que ésta fantasía responde sobre un supuesto goce femenino, de allí que Lacan diga “he dicho surge la idea y no el goce [femenino]”. En última instancia se verifica en variadas ocasiones que el goce femenino no es más que ¡una versión neurótica del goce del Otro!
Podría concluirse entonces que si bien el niño no queda expuesto al encuentro sexual con el cuerpo del otro, en términos genitales, sin embargo el adulto frente a este encuentro responde con su fantasía –que en último término es una versión del goce del Otro-. Esta indicación es de capital importancia para la clínica con niños puesto que a menudo el analista queda expuesto a responder con su fantasía –con su propia posición neurótica- con mayor frecuencia frente a estos particulares seres hablantes, de allí que la interpretación muestre más que nunca su carácter forzado o sea rechazada sin rodeo alguno.
Otra forma neurótica de defensa contra el encuentro con el otro, es el conocimiento. Es el caso de un joven paciente que se encuentra sumamente interesado en que al saludarlo se le diga: “Hola, ¿cómo andás?”. En ocasiones suelo establecer cierta secuencia lúdica en la que le digo –aunque sea por un momento- “Hola, ¿qué tal?”, él se ríe y dice: “Dale, en serio Santiago”, a lo que finalmente le digo: “Hola, ¿cómo andás?”. Al cruzarnos con otro jóven, éste le dice: “Hola”, esperando del otro lado que respondan como él quiere, aunque este jóven –que casi no habla- mantiene el silencio. Luego de algunos intentos me mira y dice: “No me dice ¿cómo andás?”. A lo que le respondo: “Porque no te conoce”. A lo que agrega: “Sí que me conoce. Si ya nos vimos”.
Esta secuencia muestra de manera ejemplar que se puede prescindir del conocimiento para el encuentro con el otro, o que en última instancia muestra que somos los adultos los que nos refugiamos en él: “Todavía no nos conocemos lo suficiente” como se suele decir.
Así la clínica con niños devela de modo prístino lo ridículo –o lo defensivo- que puede resultar “hacerse el analista”, y puesto que la vía fantasmática no sería una vía regia de acceso al cuerpo con estos pacientes, resulta fundamental retomar la vía freudiana de conformación del saber que pone en acto la satisfacción pulsional con los niños.
Para finalizar tomaremos el caso de un joven de 10 años al que llamaremos Tomás, quien es traído a la consulta por sus padres en el medio de una fuerte querella de divorcio entre ellos. Finalizada la entrevista con ellos decido conocerlo sin un motivo de consulta claro, más allá de cierto desorden familiar -por las circunstancias que acontecían- sumado a un pedido de la escuela de que realicen una consulta al notarlo disperso en las diferentes actividades.
Al conocerlo a Tomás, que se presenta esquivo y decidido, se muestra seguro en sus movimientos aunque distante. Luego de proponerle diferentes actividades y convocarlo en diversas propuestas, rechaza con total indiferencia cada una de ellas transcurriendo así tres incómodas entrevistas con la misma monotonía. Al ingresar a la entrevista siguiente en lugar de proponerle una actividad concreta, decido ponerme a escribir en mi escritorio mientras Tomás se sienta nuevamente en la silla con un libro en la mano. Transcurrido un tiempo, le propongo de seguir el próximo encuentro acompañándolo a la salida, pero interrumpe la marcha y dice: “¡Pará!, te tengo que decir algo…”. Luego de incorporarme y sentarme dice:
-Vos sos un chanta le robás la plata a mi vieja.
-¿Por?
-Porque lo único que te interesa es la guita.
-La guita también me interesa. Podemos seguir conversando la próxima vez, ¿té parece?
Con cierto enojo acepta la propuesta. Sin embargo los encuentros próximos quedarán enmarcados bajo la misma secuencia, donde intentará calcular cuando se terminará la sesión para decir: “te tengo que decir algo…”. Su forma de hablar se asemeja más a la de un adulto que a la de un joven de su edad. Y agrega: “Ya sé que vas a decir que la separación de mis padres es un problema…”, a lo que respondo: “No estamos para hablar de eso solamente”, lo que le producirá cierto alivio, permitiendo ubicar la misma secuencia con sus compañeros de la escuela, donde es dejado de lado generalmente.
Para acceder al otro, pondrá en suspenso al deseo del Otro, que en última instancia dicho deseo resulta puesto en espera o retenido –como modalidad anal de satisfacción-, con lo cual se puede delimitar una toma de posición sintomática con algunas consecuencias para el joven, que se distribuirán entre los compañeros de escuela que lo convocarán para jugar, y que como resultado lo dejarán en soledad tras la espera necesaria. A partir de estas coordenadas se delimitará un problema que el joven tiene y que no resulta mencionado por sus padres: “Algunas noches me hago pis encima, no puedo ir a dormir a la casa de otros ni invitarlos a dormir”. Desde esta perspectiva “la enuresis” se pondrá en las mismas coordenadas sintomáticas, es decir, para mantener a raya al otro. De este modo el síntoma resulta una puesta en juego del cuerpo, un modo de posicionamiento subjetivo que pondrá a distancia al deseo del Otro como modo de lazo libidinal.
Santiago Ragonesi*
*Bs.As. Professeur à l'universidad Argentina John F. Kennedy de Buenos Aires. Departamento de Psichoanalisis. Decana: Prof. titular. Dra Amelia Haydee Imbriano. Dernier ouvrage paru: Infancia y cuentos de Hadas. reflexiones sobre el nino en la actualidad. con Claudia Muente).Letra Viva.
[1] Freud, S. (1926) “Inhibición, síntoma y angustia” en Obras completas, Vol. XIX Buenos Aires, Amorrortu, 1988, pág. 116.
[2] Ibid.
[3] Lacan, J. (1979) “Joyce el Síntoma” en Otros escritos, Buenos Aires. Paidós, 2012. p. 597.
[4] Freud, S. (1909) “Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans)” en Obras completas, Vol. X Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
[5] Lacan, J. (1975) “ConferenciaenGinebra sobre el síntoma” en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1989.
[6] Ibid. p. 128
[7] Lacan, J. (1967): “La lógica del fantasma”, clase 13 del 8 de marzo de 1967. Inédito. Pág. 97.
[8] Ibid. p. 155.