Aller au contenu principal

“Es así como pasan las cosas, y es lo que hace sensible que en todo discurso, haya efectos de acto porque si sólo estuviera la dimensión de discurso, normalmente eso debería propagarse más rápido. Es justamente lo que trato de poner de relieve: que ese discurso que es el mío tenga incuestionablemente esa dimensión de acto”. Jacques Lacan, 1968.

Hablar de la angustia -tal es el título de estas jornadas “La angustia hoy”-,  y puesto  que también ha sido el tema de trabajo anual de Trazos: discurso y transmisión del psicoanálisis y del Centro de Lecturas: Debate y Transmisión, evidentemente no lo transforma en un suceso casual. Particularmente en el contexto de este encuentro de celebración de diez años de la fundación de “Trazos” con Carina Luz Scaramozzino, Gabriela Toledo y Jorgelina Altmann, y que con un estilo particular, han sabido previligiar la constancia del trabajo que se sustenta en el modo de lazo que se han dado,  lo cual implica no tener garantías más que confiar en el trabajo mismo que han realizado a lo largo de estos años.  

La angustia ha sido un término que ha tenido los más diversos usos -es el caso de la conocida frase “tenés angustia oral”-, aunque particularmente dentro del Psicoanálisis la angustia como tal no presenta una valor negativo, sino que más bien tiene un valor indicativo, y que al igual que el síntoma, resultan coordenadas de orientación para un sujeto en el análisis, es decir, cobran valor por su aparición frente a un determinado suceso, y a diferencia de las ciencias médicas, no se trata de eliminarlos porque es sabido que un síntoma se puede sustituir por otro, o dicho de otro modo, la angustia y el síntoma son modos de sostenimiento del sujeto, y aunque si bien no se trata de suprimirlos, un psicoanálisis tiene que poder aliviar el sufrimiento de aquel que llega a la consulta, si es que el dispositivo se ha puesto en marcha.

Justamente y aunque parezca curioso, el dispositivo analítico puede provocar una modificación y dosificación de la angustia que le permita al analizante orientarse, es decir, hay diferentes modos de la angustia. Por ejemplo la angustia del llamado “ataque de pánico” es una forma en la que no resulta posible orientarse, mientras que la angustia que importa en el análisis es aquella que se escucha en boca de nuestros pacientes –angustia señal- “esto me pone mal, pero vamos bien” o “estoy angustiado pero sé que es importante”, es decir, el análisis produce una sintomatización de la angustia, o mejor aún, en un análisis ya iniciado el síntoma pasa a tener una presencia orientadora, aparece o desaparece frente a determinadas coordenadas subjetivas que se irán delimitando, siendo éste un modo de respuesta subjetiva.

Es decir, tanto el síntoma como esta modalidad de la angustia serán ya un modo de respuesta frente a un determinado acontecimiento subjetivo, acontecimientos que se dan en el cuerpo, expresión que ha utilizado Lacan para hablar del síntoma en su conferencia sobre Joyce: “el síntoma: en lo que es, un acontecimiento de cuerpo”[1]. Aunque de modo similar se referirá en Ginebra  unos años antes a propósito del caso Juanito:

“Ese rechazo no merece en lo más mínimo ser etiquetado como autoerotismo, con el sólo pretexto de que después de todo ese Wiwimacher lo tenga enganchado en algún lugar de su bajo vientre. El goce que resulta de ese Wiwimacher le es ajeno hasta el punto de estar en el principio de su fobia”[2].

Una primera consideración se desprende de esta orientación clínica que arroja Lacan: el acontecimiento dista de ser un suceso claro o transparente para el yo del sujeto, sino que por éste se entenderá más bien, un suceso en el cual el sujeto se encuentra concernido y le retorna sobre sí aunque no sepa de que se trate.  

Siguiendo con esta perspectiva entonces, tampoco resulta casual este ordenamiento para el título del trabajo como se puede observar entonces: “Acto, angustia, síntoma”, puesto que tal como se lo ha situado más arriba la angustia y el síntoma son modos de respuesta frente a determinado acontecimiento, frente a un determinado acto.

Así como la angustia el acto también ha cobrado connotaciones no muy favorables, tal es el caso de pensar a la neurosis como una suerte de inhibición generalizada en donde se posterga todo acto importante, como aquella posición que no querría tomar decisiones significativas. Piénsese sino en la cantidad de escritos psicoanalíticos que se han producido en torno a Hamlet y la procastinación respecto de matar a Claudio -como si éste fuese su verdadero propósito-.  Particularmente porque conlleva el yerro técnico de pensar que el deseo tiene un objeto pasible de ser nombrado y articulado, cuando más bien clínicamente se verifica lo contrario, es decir, el objeto del deseo es opaco a su articulación significante.

Sin embargo dichas desviaciones han sido incardinadas por diversas interpretaciones que se tomaron respecto de la obra de Freud:

“Cuando la ligazón transferencial se ha vuelto de algún modo viable, el tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición más significativas y utilizar el designio de ellas como un material para el trabajo terapéutico. El mejor modo de salvar al enfermo de los perjuicios que le causaría la ejecución de sus impulsos es comprometerlo a no adoptar durante la cura ninguna decisión de importancia vital (p. ej. abrazar una profesión o escoger un objeto de amor definitivo); que espere, para cualquiera de tales propósitos, el momento de la curación”[3].

Dicha indicación se liga al momento de pensar la repetición como fijación libididal en la que el paciente terminaría reiterando el mismo modo de elección que comanda su penar compulsivo. Aunque sin embargo la obra de Lacan ha tomado interpretaciones similares, bastaría pensar al respecto la noción de acto que se trabaja en “La dirección de la cura y los principios de su poder”[4], donde el acto no deja de quedar ligado a la noción de hazaña al ser comparado con el cruce del Rubicón. Desde ésta perspectiva el neurótico es alguien inhibido que impide la resolución de sus decisiones -caso de Hamlet-.

Estas orientaciones se respaldan a la vez en otra conocida cita de Lacan que dará en su décimo seminario -en la sexta clase-, pero ahora poniendo en relación al acto con la angustia: “(…) que toda actividad humana  se despliega en la certeza, o aun que ella engendra la certeza o, de una manera general, que la referencia de la certeza es esencialmente la acción. Esto es así, por cierto, y precisamente me permitirá introducir ahora la relación esencial de la angustia con la acción como tal, pues tal vez la acción tome su certeza justamente de la angustia. Actuar es arrancar a la angustia su certeza”[5]

De éste modo, para salir de la angustia habría que realizar una acción que sacaría al sujeto de ese estado, y aunque por el contrario, clínicamente se verifica el retraimiento que se ocasiona por dicho camino, reduciéndose en última instancia el acto a la acción, punto que Lacan diferenciará específicamente en su Seminario XV[6]. En consonancia con esto, se podría toma un síntoma capital de la neurosis obsesiva, la duda, puesto que inversamente a lo que se cree, la duda dista de ser una indeterminación ante dos –o más- opciones, sino que muestra más bien el intento de retener aquella elección que ya se puso en juego.      

Pues bien, ¿cómo no ver justamente la dimensión de acto que desencadena toda neurosis? Se podría tomar por ejemplo el caso Dora[7], y el estallido que produce en la joven ser objeto del deseo de un hombre -el señor K-, a lo que responderá con el síntoma de la tos, que se anuda a una particular versión del padre. Pero también en el Hombre de las ratas[8], en tanto que se pone en juego una elección amorosa que dista de seguir la realizada por su padre. Desde esta perspectiva el acto se ubica al inicio confrontando al sujeto con la castración, y posteriormente entonces la angustia y el síntoma son modos de tratamiento a dicho encuentro. Es lo que ocurre con Juanito, las erecciones mismas son ese acontecimiento en el cuerpo que lo confrontan con la castración, tras lo que devendrá la angustia y luego el síntoma.

En este punto, situar el acto al inicio implica también ubicar una dimensión de desconocimiento del sujeto, es decir un acto en el que el sujeto no es dueño de sí, pero que justamente implica mantener el conflicto psíquico y la división subjetiva. Una importante indicación clínica se desprende así desde esta orientación, puesto que a menudo se intenta situar en las primeras entrevistas –con niños también- aquel acontecimiento que explique el síntoma, a través del discurso de los padres para justificar el padecimiento subjetivo del niño por ejemplo, lo que se haría en primer lugar, abolir la división subjetiva y pensar en términos de causa y efecto.

            Muy por el contrario, la causa que interesa en el análisis es aquella que no es razón suficiente, y que ni justifica ni explica el síntoma, justamente porque el sujeto se desconoce en el encuentro con la castración, porque implica una dimensión de satisfacción que se encuentra a nivel de la pulsión. El acto entonces, es un acontecimiento que pone en juego un determinado circuito pulsional en el que no hay un sujeto que comande o que sea dueño de sí, ¿quién podría explicar un determinado recorrido pulsional? El tiempo que el análisis brinda intenta romper con la idea que la fantasía neurótica sostiene de que una vez que se realice tal o cual acción “ahí sí, voy a ser…”:

           

Ahora bien, del lado del analista esta orientación implica justamente sostener un modo de pensar al inconsciente que no se reduce a la interpretación o al desciframiento significante, sino que implica sostener que la causa es un modo de satisfacción, donde es el objeto a justamente lo que causa la división subjetiva:  a         $.

Santiago Ragonesi*, Noviembre del 2014.

* professeur de psychologie à l’Universitad John F.Kennedy. Buenos Aires. santiagoragonesi@hotmail.com

[1] Lacan, J. (1979) “Joyce el Síntoma” en Otros escritos, Buenos Aires. Paidós, 2012. p. 597.

[2] Lacan, J. (1975) “ConferenciaenGinebra sobre el síntoma” en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1989. 

[3] Freud, S. (1914) “Recordar, repetir y reelaborar” en Obras completas. Bs. As. Amorrortu, vol. XII. p. 155.

[4] Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos I. Bs. As. Paidós.

[5] Lacan, J. (1962) “La angustia” en El Seminario, libro X. Inédito. P. 75.

[6] Lacan, J. (1967) “El acto psicoanalítico”, versión inédita.

[7] Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria (‘Caso Dora’)” en Obras completas, Vol. VII. 

[8] Freud, S. (1909) “A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el ‘Hombre de las Ratas’)” en Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu.

Notes