Ces articles ont été publiés une première fois dans la Revue argentine LaPsus Calami, 4, Automne 2014, à l'occasion d'un numéro consacré au problème de la traduction et de lalangue.
Estos artículos han sido publicados por primera vez en la Revista argentina LaPsus Calami, en el número 4 consagrado a la traducción y las lenguas.÷÷÷÷÷
Lo imposible de traducir.[1]
El psicoanálisis y las lenguas *
0. Quisiera presentarles una constatación: hoy en día, Lacan es hablado, por lo menos,tanto en castellano y en portugués como en la lengua en la que hablaba él mismo. Podemos también sostener –sin temor de cometer un error grosero– que hay una inmensa cantidad de analistas que hablan “el lacaniano” en una lengua distinta que aquella en la que él escribió.
1. Por supuesto, y anticipándome a la objeción que podría surgir de inmediato entre ustedes, les concedo de buena gana que el concepto de pulsión no cambia, ya sea leído en francés o en castellano. Así como tantos otros conceptos introducidos por Freud y por Lacan.
2. Por eso, les sometemos, dado lo exiguo del tiempo que nos ha sido acordado, nuestra hipótesis: es un hecho de estructura que el psicoanálisis ha sido escrito y leído al menos en dos lenguas: una, de escritura; otra, de palabra y expansión. En alemán y en inglés, primero de todo; en francés y en castellano, hoy en día, en lo que nos concierne. ¿Hay allí, antes que una coincidencia, una homología fuerte –tanto como una repetición– entre el bilingüismo del inconsciente y el binario lingüístico en el cual aparentemente el psicoanálisis se instala cada vez que ocurre?
3. Pero ¿cuáles fueron, cuáles son las consecuencias, para el psicoanálisis mismo, de este hecho, aparentemente banal, de que una práctica sea realizada en otra lengua que aquella en la cual el inconsciente hizo eclosión en discurso –el alemán, el francés? Esta pregunta, lamentablemente, no puede ser respondida de manera directa y sobrepasa en mucho los límites del espacio y del tiempo de los que disponemos aquí. Además, plantea como condición para ser articulada, muchas otras que son previas: ¿cómo se hace la transmisión entre lenguas? ¿Cuáles son las ganancias y las pérdidas que resultan de estos pasajes? ¿Qué desplazamientos se producen allí, sin que lo sepan lectores y practicantes?
4. En lo que concierne a la historia de su transmisión, leída desde hoy, pensamos que la resistencia principal hallada por el freudismo en su propio avance no ha sido el ideal del american way of life y sus corolarios, el yo fuerte y el analista como medida de la realidad. Los ideales en los cuales ella se cristalizó como discurso, no provienen de un Volksgeist, por más potente que fuera, sino de su migración de una lengua a otra. Es su cambio de lengua, prenda indispensable de su expansión internacional, lo que la condujo a amoldarse –falto de armas para afrontarlo–, a los cimientos de la cultura anglosajona: un lazo social hecho tanto a partir de un discurso de la ciencia, triunfante y universal, como de una sociedad formada por comunidades y ética protestante.
5. Esta resistencia –al psicoanálisis, en el análisis mismo– ha nacido insidiosamente más del movimiento de su propio avance que de un obstáculo sociológico, por considerable que fuera, pero que le era, en suma, extranjero por naturaleza. Más exactamente, esta resistencia ocurrió por el acontecimiento mismo que posibilitaba la transmisión: su traducción al inglés. Es en inglés como se introdujeron los ideales de la cultura americana en el corazón mismo del psicoanálisis. Pero no directamente, sino a través del clivaje entre una teoría “científica” del inconsciente y todo lo que en Freud fue análisis de la cultura, rebajado al rango de reflexiones de un moralista estoico.
6. Sin embargo, si por casualidad ustedes pensaran que lo que está sobrentendido en lo que acaba de ser dicho hace referencia a los errores de la traducción de Strachey, el Trieb de Freud vertido como Instinct (instinto, en castellano) y algunas otras, yo no estaría de acuerdo. El problema residía simplemente, merely, en la traducción en tanto que traducción, en la traducción como tal.
─Pero… ¡paremos aquí!, me dirán ustedes un poco inquietos, ¿se trata entonces de no traducir a Freud, de no traducir a Lacan?, ¿de conservar piadosamente su letra como un Grial, como una reliquia a la cual solo los especialistas diplomados tendrían acceso?
─Por supuesto que no. Más aún, porque toda traducción está hecha incluso antes de ser escrita, al menos en un soporte público.
7. La cuestión es otra. Los analistas vieneses y alemanes, convertidos en ingleses o americanos, no mantuvieron ni confrontaron la traducción de Strachey, en una relación tensa y plena de asperezas, de hallazgos y de Holzwege –de caminos sin salida–, con la lengua de Freud, con los significantes primeros en los cuales el discurso freudiano se había constituido. Los discípulos de Freud hubieran debido ser los pasadores del entre-dos lenguas, los testigos de lo imposible que yace allí –cuyo reconocimiento es la condición sine qua non, la Bedingung, la determinación de toda recreación viviente. Ellos fallaron en su tarea de ser los pasadores de un tesoro,[2] no tanto de la palabra de Freud como tal, sino más bien del lugar que hacía posible su transmisión: su escritura de la lengua alemana como lugar del descubrimiento del inconsciente.
8. El error de la generación freudiana que dominó la escena analítica entre los años ´30 y ´50 fue el de pensar que los conceptos freudianos eran simples universales, transmisibles como tales por la sola potencia del lenguaje; su empirismo declarado, la faz pública de un racionalismo naif. La cuestión de la especificidad de la lengua jamás los rozó, y leyendo a Freud en alemán, las cuestiones –inmensas– de la singularidad de su escritura, de la multiplicidad de sujetos sin lazo aparente los unos con los otros, de la homología jamás afirmada como tal entre estratos textuales y estratos del inconsciente, todo eso no ha sido nunca objeto de preocupación, como si el inconsciente pudiera existir por él mismo, como los objetos matemáticos, las leyes físicas o las células, intocado y fuera de toda textualidad.
Mientras que, por el contrario, la escritura de Freud es el lugar donde coincide lo “esotérico” y lo “exotérico” de su transmisión. En la orografía de su texto podemos encontrar tanto las condiciones de su reapropiación como, en la superficie pulida con la que él mismo se recubre para poder ser leído por todos, las de su fracaso.
9. Apartir del cuestionamiento avanzado aquí, sometemos una tesis a su discusión: si las “palabras” de la ciencia son binarias, el par letra/concepto resuelve todo el asunto; al contrario, en lo que concierne al psicoanálisis, las “palabras” son trinitarias: significante, letra, concepto,[3] pues las letras no pueden sino ser portadas por enunciaciones. Excepto la presencia del significante, y antes de toda posición del objeto, nada sino ella puede vehiculizar:
–la cuestión del sujeto como objeto del análisis,
–el lugar y la jerarquía del Maître (Amo y Maestro).[4]
Estos dos puntos, suponiendo que tuvieran una especificidad en sí mismos, tanto teórica como clínica, no son menos por ello el anverso y el reverso de una misma moneda.
Pero la presencia inalienable del significante también comporta –como su destino inevitable– el hecho de que, en tanto las “palabras” del psicoanálisis se traducen, son, inevitablemente, forcluidas.
10. Una vez que el significante –perteneciente a una lengua– es forcluido, nada permite asegurar que será recobrado –repetido de otro modo– en otro lado. Lo que quiere decir que si toda reanudación es contingente, toda letra, sin embargo, en su identidad consigo misma, guarda en reserva su capacidad de alteración por el significante.
10.1. Si lo que avanzamos es verdadero, Lacan es aquel en quien –y sin que nada lo hiciera esperar–, el desmentido que operaba sobre Freud –desmentido que operaba sobre la no solución de continuidad entre clínica y cultura– hizo retorno[5] en otra lengua, deshaciéndose. Y gracias a que él consagró, a lo largo de su vida, trozos enteros de su enseñanza –sin forzosamente señalarlo– a repensar la letra de Freud en sus propios significantes en alemán, inventando para ello un estilo que produjo una ruptura en su propia lengua, elevó el francés a la jerarquía de ser también una lengua donde el inconsciente hizo eclosión.
10.2. Nos vemos así conducidos a afirmar que el concepto de lectura es coextensivo y vuelve necesario otro sin el cual este sería inoperante: el de traducción. Mejoraún, ninguna lectura sería posible si no pone en movimiento, en el acto mismo por el cual ella se efectúa, una traducción-transliteración-transposición tanto de las palabras y de los sintagmas como del texto sin más, al que es cuestión de devolverle su eficacia. Así sería posible mostrar cómo, algunas veces, decenas de páginas del seminario le fueron necesarias a Lacan para traducir algunas pocas palabras de Freud. Palabras en las cuales los paradigmas, textual y lingüístico,[6] impiden poder traducirlas solamente por algunas palabras.
10.3. Todo el precio de una “lectura” ─lo que la hace una obra por derecho propio y no un simple comentario, por grande, erudito y fiel que fuera– viene de tomar en cuenta lo imposible de la traducción y la capacidad de poner en obra un aparato y además un dispositivo que permita una reescritura textual –Umschrift–que sea capaz de recoger la letra a traducir.
Dicho de otra manera, creer que un texto analítico puede ser transpuesto en otra lengua sin una profunda revisión, tanto del texto como de la lengua receptora, es una ilusión que va en contra de la existencia misma del inconsciente.
11. Si hay una cuestión crucial en toda reunión internacional de analistas, es la Bedeutung de la letra. A traducir tanto primacía como significación y referencia.
Haciendo un muy breve resumen, es posible decir que lo que da cimiento a la IPA, salvo excepciones tan grandes como raras, fue el desconocimiento de la letra de Freud. Operación que no fue para nada la de una traición, sino la consecuencia banal de un pasaje de lenguas impensado. Solo quedó la identidad-de-sí mismo del dispositivo y la creencia en que las palabras de Freud eran conceptos experimentales, al mismo título que los de la física. De ahí se sigue que el problema, mayor, de la racionalidad específica y singular del psicoanálisis, no fue jamás planteado.
Cuando la significación de las “palabras” ya no es más problema y el imaginario se encarga de proporcionar la comprensión, los significantes del psicoanálisis cesan de ser interpretativos. Cuando la interpretación deviene explicativa del funcionamiento psíquico, la pérdida de todo efecto de sentido produce una proliferación de teorías: del yo, del self, de las relaciones interpersonales, y así al infinito, cada una sosteniéndose, en el mejor de los casos y para desconocerlo, en un concepto de Freud, aislado de todos los demás y del cuerpo de su enseñanza.
12. La transmisión freudiana del psicoanálisis –la historia de las relaciones de Freud con sus discípulos así lo muestra– ha sido siempre realizada sobre dos vertientes: la letra y el diván, el segundo volviendo efectivo lo que la letra había abierto. Que Lacan hubiera deseado a veces invertir el orden no desmiente lo que se produjo con Freud, sino que lo confirma. Lo que él llamaba los establos de Augias dan razón de esta conmutatividad.
Que la primera internacional de psicoanálisis no reconozca el lugar de la letra en la transmisión del freudismo es congénito a su estructura. Que la segunda internacional solo reconozca la consagración por el diván, con exclusión de toda relación de sujeción singular a la letra de Lacan, muestra, a cielo abierto, que el poder de esta letra y el temor de su preeminencia siguen siendo corrosivos, sobre todo para los herederos de aquel que la colocó en el puesto de mando.
No es entonces demasiado osado afirmar que ninguna de esas dos internacionales creen en la letra ni confían en sus efectos de engendramiento y de creación ex-nihilo, en su capacidad de producir bifurcaciones e inflexiones en el sentido de una práctica. Lo que constituye siempre su poder, efectivo notablemente en América del Sur.
13. La apuesta y lo que está en juego en una reunión internacional de analistas que hablan en otras lenguas que aquellas en las que el psicoanálisis fue escrito y donde no se pone la primacía del diván sobre la letra, son enormes. Por inéditos, pues jamás en este siglo de psicoanálisis la cuestión de las relaciones entre los efectos de la transmisión por la letra y por el diván han sido públicamente planteados. Y las respuestas, a priori paradojales, a esta pregunta, las ignoramos todos.
Aquí nos es necesario subrayar, y con ellos damos otra dirección a nuestro propósito, que hay algo que Lacan no pudo nombrar de otra manera que con la palabra esprit, espíritu, con lo cual objetaba la creencia en que la simple literalidad fuese suficiente como garantía de transmisión.
¿Seríamos capaces hoy de encontrar un equivalente, un sustituto, un concepto lacaniano en lo que él tomaba prestado, en la época donde su discurso no hacía sino comenzar, de San Pablo?
14. La teoría que se pueda tener de la organización de una Escuela o de la Asociación de analistas, de la puesta en acto de los dispositivos de formación y de enseñanza, que son los aparatos para cuestionar el inconsciente, deriva directamente o aún subrepticiamente de la concepción que se tenga del trípode letra-significante-concepto.
15. Cuando la letra de Freud fue traducida, y la dimensión del significante forcluida, al psicoanálisis no le quedó más que una teoría científica de su transmisibilidad, bastante antes de que ella se hundiese a sí misma ante las ideologías espistemológicas dominantes en el mundo anglosajón. Estas, exteriores al análisis, pudieron ser introducidas recién cuando se consumó la pérdida del significante freudiano. Pues es ciertamente el significante lo que le da materialidad a la práctica, las precipitaciones de letras que permiten que el discurso avance, se hacen a partir del tesoro de la lengua. Lo que impide que el dispositivo de la cura se convierta en el equivalente de un laboratorio de física, y la sesión en el registro de un protocolo experimental.
La paradoja que resulta de esto es que dicha visión fisicalista de la cura era un obstáculo para cumplir su “formalización”, su reducción a una escritura, de letras y del objeto.
Los analistas olvidaron –¿supieron alguna vez que olvidaban, y lo que olvidaban?– que sin el significante, que pertenece a una lengua y no al lenguaje, esta deviene lengua muerta.
Por supuesto, los objetos de pulsión son los mismos para todos los seres hablantes, lo que hace que haya una transmisibilidad teórica que no depende solamente del significante. ¿Pero cómo, en la cura, captar la singularidad del objeto, si no es por medio del recurso gramatical del ello, que excede a la lógica?
Asimismo, es la lengua, más acá del discurso y más todavía cuando se trata para este de ser “sin palabra”, la que ofrece no solamente los criterios de representabilidad, de verosimilitud y de credibilidad que permiten al inconsciente aparecer en ella, sino, más aún, la que lo protege de devenir jerga. Esto vuelve un poco ocioso que se piense en una preeminencia cualquiera entre lenguas. Pero más bien obliga a volver a plantearse qué quiere decir “ser un lector de Freud y de Lacan”, si se nos concede que cada lectura que merezca este nombre es también una traducción.
Si el inconsciente adviene a una lengua por una escritura –lo que se necesita como condición y término de toda cura–, esto indicaría que lo real de cada lengua es específico[7] y no subsumible, pacíficamente, en el lenguaje.
16. Finalmente, quizás, no hacemos aquí más que dar vueltas alrededor de un real que se nos escapa: los modos por los cuales Lacan leyó, su vida entera, a Freud.
Héctor Yankelevich
[1] Comunicación leída en la reunión preliminar para una Convergencia Lacaniana de Psicoanálisis, Barcelona, 7 de febrero de 1997.
* Traducción de Ilda Rodriguez y Alejandra Ruíz
[2] Cuando en la Standard Edition, Paula Heimann traduce Ein Kind wird geschlagen por A child isbeing beaten – lo que en francés daría Un enfant est en train d’être battu–, nos da un ejemplo luminoso de traducción exitosa. En español, Un niño está siendo pegado, literalmente, o bien, respetando el uso del castellano hablado: Están pegando a un niño.
[3] Los tres anudados alrededor del objeto.
[4] Tanto magister como dominus. En efecto, si bien la primera palabra latina da cuenta del sitio de aquel que crea un discurso y lo enseña, la segunda es homóloga a la del significante de la identificación al trazo unario, tanto como al lugar del analista en ciertos momentos de la cura. Sería entonces una discusión ociosa, en lo que nos concierne, la de querer distinguirlos demasiado.
[5] Esta forclusión fue, además, acompañada de la renegación de su lugar de Maestro, ya que una “ciencia” es democrática, cada uno hace “aportes” mayores o menores; pero en la medida en que la transmisión de la creencia en el inconsciente se había efectuado, esto permitió, sin embargo, una práctica del análisis efectiva, aunque no esclarecida.
[6] Cuando usamos el término “lingüístico” como adjetivo no nos referimos a la lingüística como teoría sino al hecho de que una lengua existe porque se habla, y ese hablar tiene reglas, distintas para cada lengua. La frase no se forma del mismo modo en ninguna lengua indoeuropea ni romance. Intervienen en ello los discursos religiosos, filosóficos y gramaticales que les dieron forma, y el modo como los grandes escritores, en su momento auroral, hicieron el pasaje de la lengua oral a la escrita.
[7] Lo que lejos de todo romanticismo, deja la sola posibilidad, en psicoanálisis, de no confundir lo universal del lenguaje con el logicismo para el cual un significante se resume a ser el portador inerte de una idea.