RESUMEN
El descubrimiento por parte de Freud de la sexualidad infantil, es el puntapié inicial de una serie de observaciones psicoanalíticas centradas en los niños. De la misma época, datan los primeros intentos de realizar curas psicoanalíticas con niños. Se exponen las ideas centrales de Hermine Hug-Hellmuth, de Anna Freud, de Sophie Morgenstern, y de Melanie Klein. Asimismo se aborda los comienzos de dicha práctica en nuestro país, junto a Arminda Aberastury y Elizabeth Garma.
Se realiza un breve recorrido por las primeras teorizaciones sobre psicoanálisis de niños, rastreando las nociones explícitas e implícitas sobre las ideas de “niño” y de “padres” que sostienen las distintas autoras. Asimismo, se reflexiona sobre el lugar de la mujer en la práctica analítica con niños, ya que fue emprendida en su gran mayoría, por mujeres no-médicas.
El presente trabajo se plantea como propósito realizar un breve recorrido por las primeras teorizaciones y puesta en práctica del psicoanálisis de niños realizadas por los pioneros en este campo. En este recorrido se rastrean las nociones sostenidas tanto explícita como implícitamente, acerca de la idea de “niño” y de “padres”. Por otro lado, se reflexiona sobre el lugar ocupado por las mujeres en la práctica analítica con niños, ya que desde sus inicios, fue emprendida en su gran mayoría, por mujeres no-médicas.
Antes de emprender este recorrido, resulta menester indagar el particular momento histórico en el que surgen las primeras teorizaciones sobre el psicoanálisis de niños. Este momento está caracterizado por las devastadoras consecuencias tanto materiales, sociales como psicológicas que deja la Gran Guerra. De ciudades en ruinas y de una población diezmada emerge en el ambiente social e intelectual europeo un clima de esperanza: la construcción de un mundo nuevo en el que no se repitan dichas calamidades. Para construir este idealizado mundo nuevo, se necesitará de un nuevo hombre que lo habite; la necesidad de un hombre nuevo desembocará en una apuesta ideológica y política según la cual “el futuro del hombre estará en el niño”. Esta particular situación desembocará en una novedosa importancia otorgada a los niños, y señalará a la escuela y a la pedagogía como el ámbito y la disciplina por excelencia capaces de generar y moldear un hombre nuevo partiendo del niño.
Es así como pedagogía y educación se convierten en las depositarias de las esperanzas que el momento histórico reclama. Este contexto servirá de marco para el surgimiento de toda una serie de ideas agrupadas en el movimiento denominado Escuela Nueva, que se encargará de revisar los postulados de la educación tradicional basada en la autoridad del profesor y sus innumerables actos coercitivos. La nueva corriente, cuya raigambre alcanza a las ideas filosóficas de Jean Jacques Rousseau, propondrá por el contrario, basarse en el papel activo del niño en la educación y en sus intereses reales. Una multitud de disciplinas acompañan y enriquecen este movimiento, incluida la psicología, que harán del niño el centro de sus discursos, de sus prácticas y de sus investigaciones. En 1900 la pedagoga sueca Ellen Key publica su libro “El siglo de los niños”, profetizando sobre el lugar central que ocupará el niño durante el siglo XX en diversos campos. Retomando el titulo de este libro, el psicólogo Edouard Claparède afirmará que el siglo XX será el siglo del niño.
El psicoanálisis no queda exento de este contexto que posibilita que el “niño” comience a ser “visible” y pase de un lugar de pasividad a un rol activo.
I.
Luego de descubrir, a partir del tratamiento de adultos, la importancia capital de los primeros años de vida para la constitución psíquica, el psicoanálisis comienza a realizar investigaciones y observaciones, ya no sólo retrospectivamente a través del discurso de pacientes adultos, sino mediante la observación directa de los propios niños. Si bien en un primer momento Freud concibe la teoría de la seducción como etiología de la histeria, dejando a los niños en un lugar pasivo respecto de la sexualidad de los adultos; a muy poco andar, comienza a sospechar la existencia de una sexualidad que ya está presente en la primera infancia.
El supuesto de la sexualidad infantil, señala el camino hacia la observación de sus manifestaciones directamente en los niños, con el fin de corroborar “en vivo” lo que los adultos decían en el diván. Y es con este objetivo que Freud también anima a sus seguidores: “suelo desde hace años, instar a mis discípulos y amigos para que compilen observaciones sobre esa vida sexual de los niños que las más de las veces se pasa hábilmente por alto o se desmiente adrede” (FREUD, S., 1909, 8). El propio Freud le encarga en 1906 al padre del célebre pequeño Hans, Max Graf, la observación psicoanalítica de su hijo, centrándose sobre todo en la vida sexual infantil. En toda la primer parte del historial se describen las observaciones sobre las múltiples teorías sexuales del pequeño, la existencia de la premisa fálica, las tendencias amorosas hetero y homosexuales, la existencia de la masturbación infantil, entre otras, encargándose Freud de remarcar a cada paso, el carácter probatorio de dichas observaciones, que “corroboran” sus propias teorías.
De esta manera, los seguidores del psicoanálisis de la primera época, asiduos concurrentes a las reuniones de los miércoles, comenzaron a realizar observaciones en niños que, por lo general, se trataba de sus propios hijos. Por ejemplo, en las actas de las reuniones de los miércoles, se cita al Dr. Bass que observaba ciertas conductas de su hijo de dos años de edad; notaba que era extremadamente sensible a la luz, y registra asimismo ciertas teorías sexuales infantiles acerca de la fecundación. También Federn observa a un niño de 13 años con aversión a los alimentos, y Reitler a una niña de 8 años con enuresis y rituales obsesivos. Heller realiza observaciones con sus hijos quienes presentan vómitos, aversión a los besos y compulsión a morder. También Jung, en Zurich, realiza observaciones en niños; por ejemplo de su hija Agathli de 4 años, y el mismo Freud en sus cartas a Jung remarca los puntos de contacto entre las manifestaciones de Agathli con las del pequeño Hans. Parece ser que tanto el propio Jung como su esposa Emma eran fervientes propulsores del psicoanálisis aplicado a los niños. También Abraham, según su correspondencia con Freud, realizaba observaciones de su hija Hilda que por aquel entonces contaba con algo más de 2 años de edad (GEISSMANN & GEISSMANN, 1992). Nuevamente, toda esta serie de observaciones no hacen más que confirmar las tesis freudianas sobre la existencia de la sexualidad infantil.
Con los descubrimientos de Freud, y las mencionadas observaciones, comienza a instalarse una nueva concepción de niño: el niño deja de ser concebido como un ser inocente y asexuado. El descubrimiento del papel activo del niño en las escenas de seducción que eran relatadas por pacientes adultos, hace tambalear la idea de la etiología de las neurosis como resultado de la seducción ejercida por la sexualidad perversa del adulto. Lejos de ser una víctima de los abusos adultos, el niño ocupará una posición activa en la sexualidad, que Freud denominará perversa polimorfa, ocupando el centro de la escena de las teorías freudianas. De esta manera, comienza a vislumbrarse que más que ser víctimas de la sexualidad de los adultos, son los propios niños los que abrigan deseos incestuosos para con los adultos; cuestión que aún hoy en día provoca más de una resistencia. Incluso al propio Freud le costó asimilar dicho descubrimiento; según Ernest Jones (1953), Freud sólo muy lentamente logró superar resistencias internas para reconocer la sexualidad y los deseos sexuales en los niños. Como vemos, Freud también era hijo de una época y como tal, compartía ciertas concepciones sobre los niños con sus contemporáneos.
Pese la importancia de sus hallazgos sobre la vida sexual infantil, Freud no deja de manifestar sus reservas frente a la posibilidad de aplicar el psicoanálisis a los niños. En el propio historial del pequeño Hans sostiene que sólo la conjunción en una sola persona de la figura de padre y de analista, hicieron posible dicho análisis. De otra manera, sostiene, hubiera sido imposible (FREUD, S., 1909). Más bien, deja traslucir que las enseñanzas del psicoanálisis deberían ser utilizadas sobre todo en la crianza de los niños, mostrándose poco partidario de la utilización directa del psicoanálisis a edades tempranas. Sobre todo enfatiza la dificultad que presentan los niños de asociar verbalmente, herramienta fundamental para el psicoanálisis de adultos.
Esta misma idea sigue en pie aún varios años después; en el historial del “Hombre de los lobos” sostiene: “el análisis consumado en el propio niño neurótico parecerá de antemano más digno de confianza, pero su contenido no puede ser muy rico; será preciso prestar al niño demasiadas palabras y pensamientos, y aún así los estratos más profundos pueden resultar impenetrables para la conciencia” (FREUD, S., 1918, 10). Líneas más abajo aclara cual sería la utilidad de una práctica de estas características, afirma: “los análisis de neurosis de la infancia pueden ofrecer un interés teórico particularmente grande” (FREUD, S., 1918, 11, el subrayado es mío). De esta manera se observa en Freud cierta paradoja, por un lado plantea el papel activo del niño, la existencia de una sexualidad infantil perversa polimorfa, cuestiona la idea de inocencia, pureza y asexualidad de los niños, y el lugar del niño como víctima; pero por otro lado, cavila ante la posibilidad de psicoanalizar a los niños, con la excepción de que dicho análisis persiga una finalidad estrictamente teórica-científica.
Con el análisis del pequeño Hans se alzaron voces de críticas hacia Freud y hacia el padre de Hans; dichas críticas se basaban en la idea que se incentivaba y casi sugestionaba al niño con fantasías sexuales que no le pertenecían. Estas críticas son solidarias de la idea de la inocencia y asexualidad de los niños presente en la sociedad general de aquella época. Incluso Freud cuando relata el caso de Hans, parece tener la necesidad de demostrar que el análisis no causó ningún efecto dañino en la pureza infantil (FREUD, S., 1909). Estas mismas voces se escucharon nuevamente algunos años después, luego del desgraciado episodio del asesinato de Hermine von Hug-Hellmuth a manos de su sobrino y paciente Rolf, como si el psicoanálisis pervirtiera la inmaculada inocencia infantil.
II.
Luego del célebre relato que realizara Freud sobre el caso del pequeño Hans, analizado por su propio padre; todo parece indicar que fue Hermine von Hug-Hellmuth la primera en practicar deliberadamente curas psicoanalíticas con niños. Tenía una formación como pedagoga y maestra, practicando esta profesión por alrededor de veinte años. Si bien luego ingresa a la Universidad no realiza estudios de medicina, sino de filosofía. Conoce las teorías psicoanalíticas a través de Isidore Sadger, perteneciente al círculo íntimo de Freud. Entre 1910 y 1912 abandona la docencia y comienza sus pasos en el psicoanálisis supervisada por el mismo Sadger. Si bien ella forma parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, Sadger dirá: “dado que ella no era médica, la ayudé en su trabajo, preservándola de que diera un faux pas” (citado por GEISSMANN & GEISSMANN, 1992, 49) siendo uno de las primeras evidencias de un trabajo conjunto entre médicos y no-médicos, en el que se vislumbra ya una situación de poder hegemónico.
En 1914 Hug-Hellmuth publica “El psicoanálisis del niño y la pedagogía”, allí propone que el psicoanálisis de niños debía consistir en afrontar la educación y el cuidado del niño, es decir, que el psicoanálisis de niños tendría un carácter eminentemente educativo. Piensa asimismo, que el trabajar con niños debiera incluir algún tipo de educación para los padres. Para citar a la autora: “El análisis educativo y terapéutico no debe conformarse con liberar al joven sujeto de los sufrimientos, también debe darle valores morales, estéticos y sociales. Su objetivo no es el ser maduro, el ser que curado, se halla en estado de asumir sus actos, sino el niño, el joven, por tanto los seres que, en plena evolución, bajo la dirección educativa del analista, deben sacar fuerzas para convertirse en seres concientes de sus objetivos y con voluntad. El analista, pedagogo y terapeuta, no debe olvidar nunca que, más que ningún otro, el análisis de los niños es análisis constante de carácter y educación” (citada por GEISSMANN & GEISSMANN, 1992, 53, el subrayado es mío). Puede observarse claramente no sólo cuál es el lugar otorgado al analista, que es equiparado al pedagogo; sino también nos habla del lugar otorgado al niño en sus concepciones: se trata de un ser inmaduro, en evolución, incompleto, maleable, al que hay que imprimir valores morales, conformar su carácter, entre otros objetivos prefijados.
También sostiene que no es conveniente realizar análisis de niños menores de siete años, es decir antes de la culminación del complejo de Edipo; incluso con niños de siete u ocho años, habría que conformarse con éxitos parciales y no adentrarse demasiado con los contenidos inconcientes. Esta idea, heredera en cierto sentido de las cavilaciones freudianas sobre el análisis de niños, deja entrever la concepción según la cual el psicoanálisis podría llegar a ser dañino para el niño pequeño, quien, por el contrario, debería ser resguardado en su “inocencia” infantil. En relación al lugar que le otorga a los padres, sostiene que si ellos se sometieran a un análisis existiría una menor cantidad de niños necesitados de tratamiento; es decir, implícitamente les otorga una influencia bastante decisiva en la conformación de los síntomas de los niños, coherente con su idea de un niño maleable.
Resulta notable como en el fondo existen ciertas coincidencias entre las propias concepciones de Hug-Hellmuth y sus detractores. Las reacciones a su obra suscitaron tanta indignación y repudio como la publicación del caso del pequeño Hans. Para citar un ejemplo de las críticas aparecidas, se sabe que a expensas del matrimonio de pedagogos Stern, una treintena de pedagogos firman una protesta formal contra el psicoanálisis de niños, ya que suponen que su aplicación vendría a corromper la inocente mente infantil. Esta protesta es enfrentada por una proclama organizada por Pfister en Zurich, firmada por varios profesores, psicólogos y médicos suizos, entre los que se encontraban Claparède, Flournoy y Eugénie Sokolnika, con una posición moderada en la cual recomendaban el psicoanálisis no a todos los niños sino sólo a los gravemente enfermos. Estos últimos autores, se acercan más a la idea de Hug-Hellmuth, según la cual no debe aplicarse el psicoanálisis a todos los casos, sino solamente bajo las condiciones ya mencionadas; de lo contrario, se correrían ciertos riesgos para el niño.
III.
Al igual que su predecesora vienesa, Anna Freud también pertenecía al grupo de los no-médicos que aspiraban a ser analistas; como aquella, era maestra de profesión. En 1922 es nombrada miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. En esa época, la práctica del análisis de adultos estaba circunscripta sólo a los profesionales médicos; por lo tanto es uno de los tantos factores que impulsan a Anna Freud hacia el análisis de niños.
La práctica de Anna Freud, de la misma manera que Hug-Hellmuth, va a combinar técnicas psicoanalíticas y pedagógicas, y como aquella, no recomendará el análisis en todos los casos, sino en algunos muy específicos que cumplieran con ciertas condiciones, como ser niños mayores de seis años, y que sus padres se analizaran. Puede observarse que de sus teorías se desprende también cierta noción de niño y de padres: se trata de un niño ampliamente influido por su entorno. En “Psicoanálisis del niño” de 1927, llega a afirmar que debido a los supuestos múltiples obstáculos que depararía el análisis de niños, cuestión que justifica teóricamente; la solución posible sería alejar al niño de su familia y ubicarlo en una institución en la que pueda ser analizado lejos de la influencia de sus padres. Como se ve, supone que dicha influencia es de índole negativa. Por esto es que Anna Freud en una primera época, reserva el análisis de niños sólo para los hijos de los analistas, es decir un medio que supuestamente criaba a los hijos con una educación con perspectiva psicoanalítica, como lo habían hecho los padres de Hans.
Incluso en un texto muy posterior como es “Normalidad y patología en la niñez” (1965) habla de la indudable influencia negativa que ejercen los padres en los niños que presentan problemas psicológicos; ubicándolos de alguna manera, como causantes de la psicopatología infantil.
De la lectura de sus textos, se obtiene la impresión de una concepción de “padres malos” quienes serían en última instancia, los responsables de la problemática del hijo. Cabe destacar, que ésta idea, vuelve a reintroducir la concepción de inocencia infantil que su propio padre había desmitificado; de manera tal que los niños se convierten en víctimas de los errores paternos, reubicando a los niños en un rol de pasividad. De esta concepción se desprende fácilmente una propuesta de trabajo: iluminando y educando a los padres, podría llegarse a prevenir las neurosis en la infancia, y si la prevención resulta ser una empresa imposible, el objetivo será el resguardo del equilibrio psicológico del niño. Se constituye así una suerte de pedagogía psicoanalítica, que se traducen en consejos, preceptos o advertencias hacia los padres.
No debe de dejar de notarse que Anna Freud cuando se refiere a los padres, habla de los padres reales, no pudiendo diferenciar suficientemente su papel del de los padres interiorizados por el niño, de las figuras de los padres en la mente de los niños. Supone que las modificaciones psíquicas del niño podrían producirse mediante modificaciones concretas de su entorno real.
Esta idea está íntimamente relacionada a su concepción del psiquismo del niño, y por ende, nuevamente, a la concepción de niño que sostiene. La combinación de técnicas analíticas y pedagógicas, según la cual el analista debe analizar y educar, están en consonancia con sus primeras teorizaciones que sostienen la idea que en los niños el superyó se encuentra en formación y como tal inmaduro, débil; por lo tanto, es el analista el que debe ubicarse en lugar de este superyó lábil. Es así como el “niño anafreudiano” se presenta como un niño inmaduro, frágil, que suele ser definido en negativo: no puede, no tiene, no ha madurado suficientemente, aparece con ciertos déficits, que deben ser complementados por los adultos. El niño pequeño no tiene conciencia de sus trastornos, por tanto no existiría en él, algo parecido a una demanda de análisis, el niño no puede asociar libremente, el niño no puede desarrollar una verdadera neurosis de transferencia ya que sigue muy ligado a sus padres reales. Es un niño que no ha constituido su superyó, es un niño débil, frágil. Por todo esto, puede ser muy peligroso analizar sus más profundos impulsos inconcientes. Se trata de un niño maleable muy dependiente de los adultos, concebidos como padres reales; por tanto, su mirada se dirigirá hacia los errores que pueden incurrir los padres, de ahí la necesidad de “iluminarlos”.
Luego de algunas décadas, Anna Freud reconocerá que las tentativas de prevenir las neurosis por medio de la educación habían fracasado (FREUD, A, 1965), finalmente reconoce que la formación y liberación de las actitudes de los padres, no previenen las neurosis infantiles, situándote mucho más lejos de su optimismo inicial.
Aunque provienen de orígenes diferentes, la Escuela para padres y las concepciones de Anna Freud, se acercan en un punto y es en la concepción que ambas sostienen de los padres. La Escuela para padres tiene un origen más bien conservador y reaccionario, pero comparte la idea de neutralizar los errores o fallas de los padres en la crianza de sus hijos a través de la educación. Surgida como una contracara de la Escuela Nueva, la Escuela para padres sostiene que la sexualidad no es un tema para ser tratado en la escuela, por los maestros; sino que debe tratarse en la familia, por los propios padres; de allí la necesidad de formar a los padres en estos temas, con el fin de no cometer errores en esta tarea (OHAYON, 2000). Esta concepción conlleva implícitamente la idea de la responsabilidad de los padres en los problemas presentados por los niños. Se concibe a los padres como causantes de los problemas infantiles, conduciendo de esta manera a un proceso de culpabilización de los padres. Tomando las ideas de Gilbert Robin, el movimiento de Escuelas para padres en Francia, sostiene la idea que los niños con problemas son niños “mal educados”, por lo tanto, la solución es buscada a través de la educación; de ahí, la necesidad de educar a los padres que son los primeros educadores de los niños (OHAYON, 2000). André Berge también supone que la educación de los niños requiere de conocimientos específicos, y que el rol de los padres no es para nada improvisado, cuestión que es retomada en las concepciones que sostiene la Escuela para padres. Es así que, aún con nacimientos diferentes, estas concepciones se acercan a las ideas de Anna Freud.
Aunque en Francia, la influencia del psicoanálisis en las Escuelas para padres tendrán que esperar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial (OHAYON, 2006), puede vislumbrarse la importancia que adquirirán a partir de ese momento, las concepciones annafreudianas.
IV.
Continuando con el recorrido, nos encontramos en Francia con Eugénie Sokolnicka, una de las pioneras del psicoanálisis en Francia, de origen polaco, estudia ciencias y biología en la Sorbona; ella también formaba parte del grupo de los analistas no-medicos. Realiza un análisis con el propio Freud, participando de las reuniones de los miércoles y forma parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena; luego se instala en Budapest donde es analizada por Ferenczi. Allí analiza a un niño con neurosis obsesiva. Se instala en Paris en 1921, siendo formadora de varios analistas en Francia, entre ellos Lafforgue y Pichon. Publica en 1920 “Análisis de un caso de neurosis obsesiva infantil” en el que relata el caso de un niño de 10 años. Se trata de uno de los primeros casos de análisis de niños publicados posteriormente a los de Hug-Hellmuth, pero contemporáneo de los primeros trabajos de Anna Freud y de Melanie Klein. Sokolnicka relata que utilizó técnicas semi-analíticas y semi-educativas, trabaja sobre los sueños del niño y sus asociaciones. Podemos observar aquí, un eco de las concepciones de Hug-Hellmuth y Anna Freud, con lo cual podemos hacer extensivo a ella las concepciones de niño y padres antes desarrolladas. Es importante mencionar que esta fue su única publicación sobre análisis de niños; es decir, no fue una autora que se haya dedicado por entero a este campo (GEISSMANN & GEISSMANN, 1992).
La que sí se dedica a la clínica con niños es Sophie Morgenstern. De origen polaco también, es una de las pocas mujeres médicas que en aquella época se dedican al análisis de niños. Llega a Francia alrededor de 1924, allí es recibida por Sokolnicka, y parece bastante probable que se haya analizado con ella. George Heuyer la convierte en su colaboradora en la Salpêtrière donde se dedica a la clínica de niños, siendo recordada como la primera psicoanalista que analiza los dibujos de los niños como material para su tratamiento. Opina que las neurosis en los niños tienen el mismo origen que en los adultos; adoptando la misma idea que Anna Freud acerca del superyó, comparte la concepción de un niño muy dependiente del adulto real, quien representa al superyó inmaduro del niño. Asimismo, comparte con Anna Freud los criterios para la inclusión de un niño en análisis. Entre sus ideas, puede encontrarse como alternativa terapéutica, aislar al niño de su familia con el fin de analizarlo, aunque lo recomienda sólo en casos especiales. Puede pensarse, por lo tanto, que comparte con Anna Freud gran cantidad de nociones. Es más, Sophie Morgenstern se sitúa del lado de Anna Freud en el momento de las más crudas controversias que la enfrentarán luego con Melanie Klein.
Al igual que Anna Freud ve más obstáculos que posibilidades en la clínica con niños: los niños no consultan por su propia voluntad, parecen no sufrir por sus conflictos, y existe dificultad para establecer la neurosis de transferencia; otra de las dificultades mencionadas es la existencia del pensamiento mágico en el niño. En cuanto al rol de los padres, ella los considera fundamentales en la cura, pudiendo intervenir en una hipotética resistencia del hijo para con el tratamiento, ya que frente a las resistencias, cree, el analista carece de los medios adecuados para vencerlas, puesto que el niño aún está muy apegado a sus padres. La importancia otorgada a los padres reales está en consonancia con la idea de un superyó inmaduro, que actúa desde los padres concretos; de ahí la importancia de orientarlos y aconsejarlos con el fin de complementar el tratamiento. Piensa que en muchos casos para la cura de un niño sería útil el análisis de los padres (MORGENSTERN, 1937).
En Francia parece haber habido una suerte de resistencia al análisis de niños hasta 1940, salvo algunas excepciones: por ejemplo la Dra Odette Codet presenta un trabajo en 1935 sobre anorexias mentales infantiles; también encontramos uno de los escasos hombres dedicados al análisis de niños por aquella época Georges Mauco, en 1936 presenta un trabajo sobre la psicología del niño desde una perspectiva psicoanalítica; asimismo René Lafforgue en 1936 presenta un artículo sobre la neurosis familiar, y Leuba quien presenta un trabajo sobre el mismo tema, en el cual llega a afirmar que “los únicos enemigos de los niños son los padres” (citado por GEISSMANN & GEISSMANN, 1992); se observa la similitud con las ideas annafreudianas, sobre todo acerca de “los padres malos”. Puede entenderse que ésta sea una de las razones por las cuales las ideas de Anna Freud tuvieron tanta influencia en las primeras épocas del psicoanálisis en Francia, en las que se dio marcada importancia a la aplicación del psicoanálisis a la educación.
V.
En la vereda de enfrente, nos encontramos con Melanie Klein, otra de las mujeres del psicoanálisis de niños, que como la mayoría de sus colegas, tampoco poseía título médico. Siendo una adolescente había deseado estudiar medicina, pero por alguna razón no lo hace; no obstante, realiza cursos de historia y de arte en la universidad. Como analista mujer, no-médica, al inicio de su carrera, al igual que Anna Freud, el análisis de adultos le estaba obstaculizado. Es así como el análisis de niños aparece desde el inicio de su carrera, impulsada y apoyada por sus dos analistas y maestros Ferenczi y Abraham; sin embargo muy pronto se autoriza a analizar adultos (GROSSKURTH, 1986).
Los primeros artículos de Melanie Klein, algunos de ellos bastante desconocidos, retoman mucho de las ideas que circulan en Europa, y que coinciden en parte con las ideas preconizadas por la Escuela Nueva. El ejemplo más acabado de esta coincidencia es el texto “Desarrollo de un niño” presentado en la Sociedad Húngara de Psicoanálisis, en 1919, y publicado junto a un agregado, en 1921. Dos de las principales ideas que indica Ohayon (2006) sostenidas por la Escuela Nueva pueden encontrase en dicho texto: la educación para la libertad y la educación sexual. Se trata de un artículo basado en las observaciones realizadas sobre su hijo Erich, a quien llama Fritz; sostiene como tesis fundamental que el esclarecimiento sexual y la disminución de la autoridad de los padres, así como la abolición de educación religiosa, conllevarían un mejor desarrollo intelectual de los niños y un mejor contacto de los niños con la realidad. Por el contrario, la excesiva autoridad parental, y la idea de Dios en la crianza, conllevarían un incremento del sentimiento de omnipotencia, alejando al niño del contacto con la realidad, y repercutiendo negativamente en su desarrollo intelectual. En este artículo Klein aconseja a padres y niñeras cómo llevar lo que ella denomina, “crianza con rasgos psicoanalíticos”, recomienda contestar al niño con la mayor sinceridad y con la verdad las preguntas e inquietudes acerca de la sexualidad, lo cual estimulará su curiosidad por otros temas de la realidad. Para que esto ocurra supone un paso previo fundamental y es quitar en los propios adultos los prejuicios ligados a la sexualidad. Asimismo, recomienda una educación que no imponga las ideas por la fuerza, indicando aquí su postura contraria a la educación religiosa y dogmática, ya que ésta socavaría las aptitudes críticas del niño y su capacidad creadora, así como las bases de la libre opinión. También recomienda que el niño no debe compartir el cuarto con sus padres, ya que tendría ocasión de observar el acto sexual; asimismo señala lo prejudicial de la falta o el excesivo afecto hacia los hijos. Como se observa, se trataba de una verdadera profilaxis que sería recomendable, a diferencia de lo expuesto por otros autores, para todos los niños (KLEIN, 1921).
Klein supone en este texto, que el psicoanálisis debería ser una herramienta de gran ayuda para la educación, a modo de un complemento, sin trastocar las bases educativas. Sostiene que sería imposible pretender que padres, maestros y niñeras se analicen, aunque seguramente en aquella época sería uno de sus deseos. Es interesante destacar que ella recomienda la formación de jardines de infantes para realizar esta “educación con rasgos analíticos”, dirigidos por mujeres analistas. Debe destacarse que Klein rápidamente va a descartar estas tesis educativas porque tropieza en su práctica con el inconciente del niño.
Resulta interesante notar que estas primeras ideas kleinianas pueden también encontrarse en la obra de Sigmund Freud, en el “El porvenir de una ilusión” de 1927, allí Freud, expone los principios en los que debería basarse una adecuada educación: la razón y la verdad, pilares fundamentales para afrontar la realidad. Estos principios fueron defendidos fuertemente en Francia por Marie Bonaparte en las años treinta (OHAYON, 2006). Contraria a la idea de educación religiosa, para Bonaparte la educación debía ser “libre penseuse”. Al igual que M. Klein, aunque podríamos aventurar a quien no ha leído por esa época, la princesa Bonaparte sostiene que no hay que prohibir ni estimular, sino atenerse a las preguntas de los niños acerca de la sexualidad, remarca también lo peligroso de las caricias y el excesivo afecto.
Ya alejada de sus primeras concepciones educativas, la obra posterior de Klein no pasa desapercibida, suscita grandes escándalos, que continúan hasta la actualidad. La indignación se centra sobre todo en sus ideas sobre la agresividad y el sadismo en los niños y en la manera tan directa de hablar con ellos de sexualidad. Esto ya lleva la marca de la concepción de niño que la autora sostiene. A partir de estudiar los conflictos y la estructura psíquica directamente con niños pequeños, descubre un vasto campo del psiquismo que va más allá de la amnesia infantil descripta por Freud.
De la lectura de su obra se desprende la idea que, aún niños muy pequeños ya poseen un mundo interno capaz de desarrollarse en transferencia. Lejos de faltarle mucho en su desarrollo, como indicaban las autoras anteriormente citadas, niños de muy corta edad ya han pasado por gran parte de su estructuración psíquica durante los primeros meses de vida. Este universo interior está constituido por imagos u objetos internos (en su obra posterior), y no por el simple reflejo de los padres reales; esto sitúa ya una manera de pensar el lugar de los padres. Si bien ellos tendrán en su obra el papel de ratificar o rectificar las fantasías sádicas del niño, son sobre las imagos internas del niño sobre el que se trabaja en análisis y no sobre los padres reales. Es por esto que Klein casi prescinde de la inclusión de los padres reales en los tratamientos de niños, a la manera del análisis de los adultos. En la cura de los niños, no se trata de los padres concretos, sino de las figuras fantaseadas de los padres internos que son desplegados en la transferencia (KLEIN, 1926, 1927).
El mundo interno tal como lo concibe M. Klein está poblado por monstruos, que son las imagos paternas impregnadas por los propios impulsos sádicos del niño. Este es otro aporte a su noción de niño; así como Freud descubre que el niño no es inocente sino que esta poblado por diversos impulsos sexuales perversos polimorfos; Klein develará que la inocencia infantil no es más que un mito del adulto, que el niño desde el inicio de su vida está poblado por intensos impulsos sádicos. Lejos de la pureza angelical que se les supone a los bebes, Klein descubrirá la estructura esencialmente mortífera de los primeros impulsos humanos. En el fondo, la noción de niño en Klein supone no una hoja en blanco que deba ser llenada, sino que aún el niño muy pequeño está repleto de fantasías, de una multitud de objetos, defensas, e intensas ansiedades, posee un yo desde el inicio y un superyó tremendamente cruel. Más bien es lo contrario del “niño annafreudiano”, el cual puede definirse por la carencia; el “niño kleiniano” está habitado por un exceso, un exceso de sadismo que toma forma en 1930 en su concepto de “fase de sadismo máximo” contemporáneo a las primeras fases libidinales, exceso que deberá ser morigerado, amortiguado en sucesivas elaboraciones psíquicas (KLEIN, 1930). En cuanto a los padres, no se trata de los padres de la realidad sino de las imagos, por tanto no opera sobre la realidad concreta, sino sobre la realidad psíquica, en una palabra, sobre el inconciente. Dichos principios sobre el análisis infantil se mantendrán firmes hasta el final de su obra.
VI.
En Argentina, encontramos a otra mujer no-médica como pionera en el psicoanálisis de niños: Arminda Aberastury. Luego de cursar sus estudios secundarios quiso estudiar medicina pero su familia no se lo permitió, como era habitual en esa época; fue maestra de profesión y tiempo después realizó estudios universitarios y se diplomó en Ciencias de la Educación. En la Argentina de los años 20-30 sólo una de cada veinte alumnos era mujer. Como tantas otras mujeres en Argentina, accede al psicoanálisis a través de su marido médico; era la esposa del influyente psiquiatra Enrique Pichon-Rivière. Dada su formación en educación, en un comienzo de su práctica utilizó las técnicas de Anna Freud y Sophie Morgenstern; luego de 1940 se encontró con la teoría de M. Klein y se transforma en una ferviente discípula de su teoría (ABERASTURY, 1964). Realizó muchos esfuerzos para la difusión de las teorías kleinianas en Argentina; formó además el primer grupo de estudio en el país sobre el psicoanálisis de niños en la naciente Asociación Psicoanalítica Argentina, constituyéndose en maestra de toda una generación de analistas de niños. Ella investiga las primeras actividades lúdicas en los niños y afirma que el juego ya adquiere un sentido para el niño desde los cuatro meses de vida. Como es obvio comparte la concepción de niño y de padres sostenida por M. Klein (ABERASTURY, 1964; BALÁN, 1991).
La conformación de la primera institución psicoanalítica en Argentina tuvo un inicio informal, con reuniones de índole más familiares y de camaradería que científicas. Un grupo de jóvenes y destacados médicos se reunían con sus esposas los domingos por la tarde, mientras sus hijos iban al cine. Entre ellos, se encontraba el matrimonio compuesto por Arnaldo y Matilde Rascovsky, anfitriones de las reuniones en las que participaban familiares y amigos que se interesaban por la lectura y discusión de las ideas de Freud. Enrique Pichon Rivière y Arminda Aberastury conformaban otros de los matrimonios concurrentes. Este ámbito familiar, informal, incluía tanto a hombres como a mujeres, médicos y no-médicos, por fuera de los marcos institucionales. Al comienzo, la reciente Asociación Psicoanalítica Argentina estaba compuesta por un pequeño grupo que apenas incluían algunos miembros más que el grupo original que se reunía en lo de los Rascovsky; entre ellos, se contaban las esposas no-médicas de tres de los seis fundadores que aspiraban a ser candidatas. Allí encontramos a Matilde Rascovsky, y a Arminda Aberstury, ambas maestras de profesión (BALÁN, 1991). Se sumaba a ellas Elizabeth “Betty” Garma, esposa de Ángel Garma, que como otras esposas de los pioneros en el país, se dedicaron al análisis de niños. Ella tampoco era médica, si no que su acercamiento a los niños fue a través de la enseñanza del inglés, por iniciativa de su marido y de su analista se contacta con Aberastury y ambas comienzan a traducir los textos de M. Klein al español y por ende a estudiar su técnica en el análisis de niños. Ella misma cuenta que en Londres fue muy buscada por el grupo de los kleinianos por presentar un material de análisis de un niño de 21 meses de edad, siendo en ese momento el paciente más joven de la historia psicoanalítica. Luego de este episodio, ella y su marido se instalan por un tiempo en Londres, y supervisan con la propia M. Klein, aunque también con Anna Freud; lo cual supone la incorporación de las concepciones de una y otra autora para su práctica. Betty Garma, trabaja también en los primeros grupos de orientación a madres y en las primeras experiencias de análisis pre-quirúrgicos con niños (GARMA, 1989).
VII.
Puede observarse en este breve recorrido por los comienzos del psicoanálisis de niños, la llamativa situación según la cual las mujeres no-médicas son las que, en su gran mayoría, se dedican a esta tarea. Parece ser que, si se trataba de niños, esto involucraba a mujeres y a no-médicos, quedando el psicoanálisis de niños en un lugar muy particular, que entrecruza el lugar de las mujeres y el lugar del análisis profano.
También resulta llamativo que los analistas dedicados a la clínica de niños se encuentren en menor cantidad que los que trabajan con adultos. Aberastury se planteaba similares interrogantes con respecto a la situación argentina e intentó darle alguna respuesta. Respecto a la escasa cantidad de analistas de niños, plantea que el trabajo con niños enfrenta al analista con sus propias ansiedades primitivas, con su propia infancia; esto haría alejarlo de esta práctica. Agrega que, incluso para los analistas que trabajan con niños, sucede que muchas veces, se despiertan intensas ansiedades, que suelen ser desplazadas hacia los padres del niño y por consiguiente tener una actitud de rechazo hacia ellos, considerándolos culpables de la situación del niño (concepción de “padres malos”). Respecto de los escasos hombres dedicados al análisis de niños plantea, que la preponderancia de una supuesta transferencia materna, enfrentaría a los hombres con su propia posición femenina-pasiva, y con la castración, cuestión que provocaría el alejamiento de dicha práctica (ABERASTURY, 1964).
No obstante estas interpretaciones de índole psicoanalítica, la situación particular del psicoanálisis de niños emprendido por mujeres no-médicas parece mostrar el lugar social que se le otorga al niño y a la mujer, y a la misma práctica analítica con niños.
Si se trataba de niños, debía ser una ocupación femenina, lo cual asociaba el rol profesional al rol esperado socialmente para una mujer: el cuidado de los niños. Se vislumbra que la ecuación mujer = madre preponderante en el ámbito privado, también impregna el ámbito público de la profesión.
No es casual que el psicoanálisis de niños haya comenzado de la mano de mujeres no-médicas. En una época donde la mujer solía ser menospreciada intelectualmente, hace pensar también en cierta concepción social de los niños, que les otorga un lugar de menor importancia en la sociedad respecto de los adultos. Por tanto, dedicarse a los niños se trataría de una tarea menor, desvalorizada, que puede ser emprendida por mujeres sin conocimientos médicos.
Por otro lado, se evidencia el lugar que el movimiento psicoanalítico le otorgó en su comienzo al psicoanálisis de niños, dejándolo en la mayoría de los casos en manos de no-médicos. Esto parece responder a que el psicoanálisis de niños fue considerado por mucho tiempo y aún hoy en algunos reductos, una subdisciplina, una rama menor del psicoanálisis. Esta concepción se comprende a la luz de una triple desvalorización sostenida desde el adultocentrismo, el falocentrismo y el poder médico hegemónico, que menosprecia la niñez, la mujer y las profesiones no-medicas. El psicoanálisis de niños, cosa curiosa, ha reunido en su nacimiento esta particular tríada, cuyos efectos alcanzan hasta nuestros días. Quizás a esto pueda atribuirse la aún hoy escasa cantidad de analistas dedicados a la clínica de niños, más aún de hombres dedicados a ella.
No obstante, debe tenerse en cuenta que, durante bastante tiempo a la mujer se le vio vedado los estudios de medicina. Por tanto, la práctica psicoanalítica con niños ha servido asimismo como una suerte de vía o plataforma para la aparición de la mujer como psicoanalista; aunque no debe dejar de notarse que dicha profesión llevó las marcas de la escena privada.
De esta manera, el psicoanálisis reproduce a su manera una de las paradojas fundamentales de la noción de niño en nuestra sociedad; si bien por un lado el niño se convierte durante el siglo XX en el centro de los discursos de múltiples disciplinas, por otro lado continúa arrastrando históricamente cierto lugar menospreciado y de “asunto menor” dentro de la sociedad, evidente en incontables situaciones[1].
Resulta interesante observar como las teorías y las prácticas suelen ser solidarias de ciertas concepciones histórico-sociales acerca de sus propios objetos de estudio, concepciones que las influencian de una manera decisiva, y que muchas veces se vuelven imperceptibles.
Dr. Marcelo Grigoravicius
Referencia: Universidad Kennedy. Maestría en Psicoanálisis
País: Argentina
Mail: mgrigoravicius@hotmail.com
Bibliografía
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12.- KLEIN, M. (1921).”El desarrollo de un niño”. En Obras Completas, Buenos Aires, Paidós, 1990, I, 15-65.
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15.- KLEIN, M. (1930). “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”. En Obras Completas, Buenos Aires, Paidós, 1990, I, 224-237.
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20.- OHAYON, A. (2006). “Psychanalyse, éducation nouvelle et éducation morale dans les années 1930 en France“. En HOFDTETTER, R. & SCHNEUWLY, B. (Eds.) (2006). Passion, Fusion, Tension. Education nouvelle et Sciences de l’éducation. Berna: Peter Lang, 325-339.
[1] Un claro ejemplo resulta la Convención sobre los derechos del niño, que data de no más de dos décadas (1989), y que en nuestro país tiene estatuto constitucional recién desde 1994. Sobre el lugar del niño en la sociedad occidental véase el ya clásico Aries, P. (1987) El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid, Taurus y también deMause, L. (1982) Historia de la infancia. Madrid, Alianza Editorial.