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                                                                                                                                         Dora Daniel*

“Pero para que sepa lo que sucede con su praxis, o tan sólo para que la dirija conforme con lo que le es accesible, no basta con que esta división sea para él un hecho empírico, ni siquiera que el hecho empírico se haya formado en paradoja. Se necesita cierta reducción, a veces de realización larga, pero siempre  decisiva en el nacimiento de una ciencia; reducción que constituye propiamente su objeto.”

                                                                             Jacques Lacan,  La ciencia y la verdad

             

     Si la vía privilegiada en el análisis es la de la asociación libre, es porque en su operatoria el lenguaje ha instaurado una hiancia que produce que la palabra no coincida con el objeto que nombra1, lo que posibilita que a través de las leyes que rigen el funcionamiento del lenguaje (metáfora y metonimia)  el retorno de lo reprimido produzca un decir, marcado por la vía sustitutiva, en el que los significantes se ordenen según la lógica que los rige, cuando en la dirección de una cura a través de la repetición se despliega el síntoma en transferencia.

     Del presente enunciado quiero subrayar lo que hace a la instauración de una hiancia que como tal, sólo se produce cuando se ha operado una pérdida.  Subrayar este punto nos lleva a preguntarnos por la contraria  ¿qué sucede cuándo entre la palabra y el objeto no se produce esa hiancia?

     Me lleva a esta cuestión el texto freudiano sobre Dinámica de la transferencia, y en particular lo que allí se presenta como enigmático:  que es esta afirmación de Freud que sitúa  la presencia del analista en el momento de detención de las asociaciones, aclarando por si no quedara claro, que no se está refiriendo a cualquier momento de detención  (como por ejemplo el que podría producirse por un silenciamiento de las asociaciones por una sensación displacentera) sino, y en esto Freud es muy preciso, se refiere al momento en que no hay asociaciones, él dice “cuando las asociaciones libres de un paciente se deniegan”.  A esa altura de la cuestión Freud sugiere un camino para sortear el obstáculo,   si uno le dice al paciente “que seguro está bajo el imperio de una ocurrencia  relativa a la persona del analista” el detenimiento cesa y se restituye la vía asociativa. ¿Qué le autoriza a Freud, suponer que en ese momento tan particular de un análisis como es lo que Lacan ha llamado el cierre del inconsciente, se relacione estrechamente con la presencia del analista? Considero que la respuesta se puede encontrar al principio del texto, cuando define qué entiende por analista. 

     Y lo dice así: “Es entonces del todo normal e inteligible que la investidura libidinal aprontada en la expectativa de alguien que está parcialmente insatisfecho se vuelva hacia el médico. De acuerdo con esta premisa, esa investidura se atendrá a modelos, se anudará a uno de los clisés preexistentes en la persona en cuestión o, como también podemos decirlo, insertará al médico en una de las series psíquicas que el paciente ha formado hasta ese momento”. ¿Es posible evocar en esta afirmación el aforismo lacaniano  “el analista forma parte del concepto de inconsciente”?  Se puede responder que sí, sólo si ubicamos el lugar del analista en el mismo nivel que el síntoma, lo que equivale a decir que el analista  hace al síntoma.   

     ¿Por qué, definir al analista en los términos que Freud lo hace, implica autorizarse a ubicar allí la presencia del analista?

     Hablar como lo hace Freud de clisés preexistentes o de serie psíquica que el paciente ha formado hasta ese momento, cuando lo que está abordando es la cuestión de la investidura libidinal y cómo esta queda coartada en su satisfacción cuando la busca en un objeto que la realidad le niega, nos plantea múltiples cuestiones que no podremos abordar en este trabajo sino sólo en forma parcial.

     Si nos remitimos al Cap. VII de Psicología de las masas (1921), sobre la identificación, vemos que allí Freud afirma para empezar a desarrollar el tema que “El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo”,  afirmando luego que el varoncito toma al padre como su ideal.  Y a partir de aquí inicia un desarrollo en el que ubica dos lazos psicológicamente diversos: investidura e identificación. Y continúa para ubicar estos lazos con relación al complejo de Edipo.  Dice: el varoncito muestra entonces dos lazos: con la madre, una directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación que lo toma por modelo. “Ambos lazos coexisten un tiempo, sin influirse ni perturbarse entre sí.  Pero la unificación de la vida anímica avanza sin cesar y a consecuencia de ella ambos lazos confluyen a la postre, y por esa confluencia nace el complejo de Edipo normal”.

     Si en la prehistoria del complejo de Edipo, podemos discernir estos dos lazos (investidura -> elección de objeto  e  identificación  -> modelo)  que al decir de Freud confluyen en el complejo de Edipo, no necesariamente esta confluencia implica que se unifiquen. Freud habla de unificación en relación a la vida anímica, pero de estos lazos dice que confluyen  ¿es lo mismo?, y si no es lo mismo, bien podemos preguntarnos por el destino de estas vías paralelas (coexisten sin influirse ni perturbarse entre sí)  cuando el complejo de Edipo ha operado.

     ¿Será un destino posible de esta “directa investidura sexual de objeto”, aquello que en el recorrido de un análisis se constituirá como resto?, y si es así ¿será esa investidura la que produzca una satisfacción que impide que se tramite la pérdida de esa directa investidura?  Directa, sin mediación, sin la mediación de la operatoria del complejo de Edipo.

     Quiero esbozar una hipótesis que me permite situar la presencia del analista en una dimensión que no se corresponde con la vía asociativa:

   

         Aquello que en el psiquismo no se presta al trabajo del duelo, es decir aquello que no puede pasar de ser una pérdida a ser inscripto como una falta, no es plausible de ser tomado por la operatoria sustitutiva.

     Vuelvo al párrafo de Dinámica de la transferencia que estoy trabajando: “es entonces del todo normal e inteligible que la investidura libidinal aprontada en la expectativa de alguien que está parcialmente insatisfecho se vuelva hacia el médico. De acuerdo con esta premisa, esa investidura se atendrá a modelos”.

     Dijimos que el modelo queda del lado de la identificación, si el analista es aquel que puede ser incluido en una serie psíquica, es porque por algún rasgo puede ser tomado como modelo, según el decir de Freud.  De lo cual inferimos que investidura e identificación operan al momento de producirse la presencia del analista.  Pues entonces podemos pensar que esta investidura del objeto produce la obturación de la hiancia que instaura el lenguaje en su operatoria, operatoria propiciada por la operación lógica del complejo de Edipo, operación que deja por fuera la relación con la mamá y el papá, por lo que dicha “directa investidura sexual de objeto”  queda por fuera pero sin perder su eficacia signada por la satisfacción que produce.

     Ahora bien, esta investidura se produce desde un lugar, desde el lugar en el que se ha identificado con el padre, desde el modelo que anhela ser, para desde allí dirigirse al objeto que anhela tener, “directa investidura sexual de objeto con la madre”. Podríamos decir momento pre-subjetivo, que desde ya no implica un fuera de lenguaje, sino que refiere a un tiempo lógico que prepara el terreno para el complejo de Edipo.  Y nuevamente podemos preguntarnos por el destino de este momento pre-subjetivo. 2

     Ahora bien, si el objeto a no es especularizable, si no tiene representación, por que vía podemos abordarlo en un análisis.  Este objeto no es sin la presencia del analista, ya que es vía la identificación que se constituye este lugar de analista (el analista es tomado por su rasgo) y desde ese lugar es que se puede poner a jugar esa investidura de objeto. La presencia del analista sin ser lo real, pone en juego en el análisis lo real del síntoma, al poner en juego esta investidura de objeto que obtura la hiancia.  El analista en este movimiento transferencial es tomado como objeto a, del cual hace semblante.  Es allí donde se pone en juego esta “soldadura”  (ideal del yo – objeto a), que la operación analítica  separa.  El analista es incluido en la serie psíquica para brindar soporte a la satisfacción de las mociones parcialmente insatisfechas3, por eso cuando se detienen las asociaciones es que estamos ante la llamada presencia del analista, porque se trata de un momento de satisfacción pulsional.

     Si la presencia del analista no es sin objeto, es allí que la operación analítica opera por sustracción,  ya que en el momento en que el analista es tomado como objeto, la sustracción de su presencia (regla de abstinencia por excelencia)  le resta satisfacción a dicha investidura, no sostiene la complementariedad que cristalizaría un goce, se produce el corte  y por ende la caída del objeto, según la serie psíquica  que se ha constituido hasta allí. 

     Si este movimiento se produce podremos decir que allí un pasaje por la castración se ha operado, y como producto  de este pasaje el objeto a, queda ubicado  en el lugar de la causa,  y  entonces sí, se relanza la cadena asociativa, lo que equivale a decir que se forma una nueva serie psíquica, por retomar los términos en que Freud lo plantea.

     Y en este punto toman su lugar las palabras de Lacan que nos condujeron a trabajar la cuestión de la presencia del analista: “Paradójicamente, la diferencia que asegura al campo de Freud su más segura subsistencia es la de ser un campo que, por su propia índole se pierde. En este punto la presencia del psicoanalista es irreductible, por ser testigo de esa pérdida”.4

     Situar en estos términos la presencia del analista implica, a mi entender, situar la pregunta por los resultados de un análisis, cuestión que hace a nuestra responsabilidad como analistas.

     Pensar así este pasaje por la castración nos permite distinguir lo que no se puede decir, de lo que no es del orden del decir. O dicho de otro modo: nos permite distinguir lo que no se puede decir por represión, de  aquello que no se puede decir porque es del orden de lo imposible.  Situar esta diferencia en un análisis implica producir un resultado. Refiriéndome como tal a lo que se entiende en matemática: aquello que para producirse requiere necesariamente de una operación de separación cuyo producto separa una cifra de un resto.  Teniendo acá la cifra una función equivalente a la función que la cifra tiene en el síntoma: donde desanuda el síntoma (nudo de goce) y segrega un resto.

Dora Daniel

Maestria en  psychanoalysis. Sobre la direccion de Dr Amelia Imbrano. Universidad Kennedy. Argentina. Email de l’auteur: doradaniel@arnet.com.ar

Bibliografía general

Ferreyra, Norberto:  

- Apariencia, presencia y deseo del analista. Edic.Kliné

-Una eficacia de no tontería

Freud, Sigmund:       

-Dinámica de la transferencia.  AE  T XII

-Psicología de las masas y análisis del yo. AE  T XVIII

- La identificación

- Más allá del principio del placer. AE  T XVIII

Giarcovich, Norberto: 

- La identificación-En Temas de la clínica freudiana. Edic.Temas

Lacan, Jacques:  

-          Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis Paidó

-          La ciencia y la verdad.  Escritos 2 – S. XXI

Ruiz, Carlos:

- Reuniones de trabajo

1 Ferreyra, Norberto   Apariencia, presencia y deseo del analista. Cap.1

2 Giarcovich, Norberto  La identificación – en  Temas de la clínica Freudiana- Clase 1

3 Freud, Sigmund  Dinámica de la transferencia.  Amorrortu  T.XII

4 Lacan, Jacques   Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. -Presencia del analista.

Notes