Conversación con Héctor Yankelevich acerca de la actualidad de "Lo imposible de traducir"

Ces articles ont été publiés une première fois dans la Revue argentine LaPsus Calami, 4, Automne 2014, à l'occasion d'un numéro consacré au problème de la traduction et de lalangue.

 
Estos artículos han sido publicados por primera vez en la Revista argentina LaPsus Calami, en el número 4 consagrado a la traducción y las lenguas.
 
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diecisiete años después de su presentación.

 

Entrevistado por Ilda Rodriguez y Alejandra Ruíz

 

Ilda Rodriguez: En Lo imposible de traducir[1] usted plantea que la transmisión del psicoanálisis está atravesada por la escritura de Freud y los efectos de sus traducciones al inglés y al francés. ¿Podría decirse que hay una “lengua psicoanalítica”? Y si así fuera, ¿cómo se articula con la traducción?

 

Héctor Yankelevich: Vamos a hacer un poco de historia. El psicoanálisis nació en alemán. Freud inventó el psicoanálisis descubriendo el inconsciente y las pulsiones, y lo hizo en alemán. Produjo un concepto y una práctica nuevas ex-nihilo en la historia de la cultura y los hizo transmisibles gracias a su escritura de la lengua alemana. El alemán de Freud es complejo y posee múltiples estratos. Posee una claridad engañosa, ya que en su superficie parece comprensible para todo el mundo; sin embargo, el mismo texto se puede leer de maneras muy diferentes según si el lector está o no analizado, es escritor o es psicoanalista, y según, en esto último, qué teoría inconsciente su análisis le hace, a sabiendas o no, poseer del inconsciente. Los psicoanalistas de la segunda generación freudiana que tuvieron que emigrar a Inglaterra, y sobre todo a los Estados Unidos, creyeron que se podía pensar lo pensado por Freud en inglés, sin ningún esfuerzo de escritura, sin transformar la lengua inglesa, para permitirle a ésta recibir el descubrimiento del inconsciente. Tuvieron una teoría espontánea de la traducción en donde las palabras de cada lengua pueden prescindir de las diferencias de sentido y evocar sin pérdida la misma referencia. Poseían una teoría realista ingenua de lo universal y, por lo tanto, empirista de la práctica, pensando que los conceptos no sufren los cambios de lengua. Creían en el psicoanálisis, sí, pero como ciencia complementaria de la biología humana, perteneciente al campo de las ciencias naturales.

Una característica del alemán que Freud logra utilizar en su capacidad poética más fuerte es que en esa lengua las palabras se pueden inventar. Freud crea palabras para dar cuenta y producir, a la vez, los movimientos del inconsciente, de la pulsión, del goce fálico (Lust). Y eso es algo común en alemán, que todo germano parlante puede hacer. Ahora, él inventa palabras para dar, en cada trabajo, sustantivos con prefijos de lugar y de dirección que van cambiando para mostrar en acto, gramaticalmente, el recorrido de la pulsión: él le pone preposiciones a los verbos que no se usan en el habla común, pero a la vez todo locutor es capaz de entender lo que está diciendo, aunque no se formule la pregunta de por qué Freud ponía tanto esmero en el uso de sus palabras, explotando toda la riqueza potencial de la lengua.

Le da una enorme importancia a las partículas en los verbos, incluyendo las preposiciones de lugar y de dirección que indican que la acción de un verbo llega a su finalización y la sobrepasa y, muchas veces, se vuelve en su contrario, como por ejemplo los nombres que comienzan por Ver-, versión en alemán del per- latino: Verdrängung, Verwerfung, Verleugnung (poner algo o alguien más allá de un cierto límite, no dejarlo pasar; rechazar de modo tal que algo no pueda jamás volver del mismo modo; decir que no se ha pronunciado un dicho que expropia a Otro de lo que era… Freud está lleno de esos hallazgos que hay que pensar en el contexto de su lengua y que no se alcanzan a traducir por un equivalente “seco” sin nota a pie de página. Es así que en inglés, que va a ser el referente de todas las otras traducciones, suplantando la edición alemana, tenemos una teoría aparentemente universal, pero no estratificada. Por ejemplo, en 1915 escribe en Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte una teoría del desmentido de nuestra propia muerte en la que emplea un prefijo distinto (Ab/leugen en lugar de Ver/leugnen y la primera acompañada de su efecto: beiseite zu schieben: rechazar poniendo de costado[2]) al que empleará cuando la vuelva a utilizar respecto de la castración materna y que no usará cuando escriba, en 1920, Más allá del principio de placer. Con lo cual muestra que está correlacionando la división del sujeto con la idea de la propia muerte. Es así que pensar la pulsión de muerte y la división del sujeto van de consuno. A su vez, Lacan, cuando desarrolla el significante fundamental de “entre dos muertes” en el seminario sobre la Ética, o sobre el lugar de la muerte propia en el resumen del seminario sobre la lógica del fantasma (Autres Écrits), está evocando la gran invención freudiana de 1915, sin mencionarla, ya que, sin advertir a sus oyentes y lectores introduce un significante nuevo en psicoanálisis, importado de la teología cristiana, “la segunda muerte”, pero dándole un sesgo que la modifica anulando su carácter religioso, ya que la hace anterior a la primera. Es un desplazamiento en acto y una reconstrucción sobre otras bases de la teoría freudiana y del lugar de la muerte en el Inconsciente, pero sin mencionarlo como tal. Este solo “detalle” muestra que la escritura y la palabra de Lacan incluyen al lector en el acto de hablar y escribir, ya que deja siempre en suspenso la distancia entre el decir y el hacer referencia a lo que dice. Solo en muy rara ocasiones, y mucho tiempo después, Lacan recapitula sus cambios, respecto de sí mismo y de Freud.

Pero volvamos a éste último. Esos escritos (Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte, Tótem y tabú, Psicología de las masas, etc.) en Estados Unidos y en Alemania fueron ubicados en tomos que se llaman “Cuestiones sobre la sociedad y origen de la cultura”. Por lo tanto, desde ese punto de vista, no tendrían nada que ver con el psicoanálisis clínico. Sin embargo, esos trabajos son ciento por ciento clínicos y hacen a la estructura misma del inconsciente, de la A a la Z. Freud no fue pensado por los propios alemanes que emigraron a Estados Unidos. Es decir que la segunda generación freudiana, la de Hartmann, Kriss y Loewenstein en Estados Unidos o la de Edward Glover en Gran Bretaña, fracasó en la transmisión, a pesar de haber sido muchísimo más cultos y poseedores de un espíritu de fineza de lo que en general hoy se cree fuera del mundo anglosajón ¿Se los puede culpar? Lacan, que era un político, dice algo que a nosotros nos sirve: Francia fue antinorteamericana (y no solo la izquierda, obviamente, sino también los gaullistas). Entonces, hablar contra el psicoanálisis norteamericano no solo era justo, sino que le aseguraba a Lacan un gran éxito dentro de las capas intelectuales de izquierda y de derecha ¿Es malo ese procedimiento? No, es táctico. Ahora, si uno quiere ir más al fondo, no lo puede seguir usando. Hay que buscar otras explicaciones de por qué los psicoanalistas de la segunda generación, que Freud sabía que eran buenos (para Freud, Heinz Hartmann era su sucesor in pectore, si no lo fue del todo se debió a que Anna Freud era su legataria), fracasaron en la transmisión. Una de las veces que estuve en Nueva York conocí a un anciano y muy simpático didacta de la IPA, de la primera sociedad que se fundó, con quien fui a cenar. Aproveché la ocasión para preguntarle: “¿Qué pasó con ustedes? Tuvieron una situación cultural excepcional, Hitchcock y buena parte de Hollywood, el gran teatro neoyorkino –Tenesee Williams, Eugene O'Neill– eran freudianos, ¿por qué ustedes no pudieron extenderse a la cultura?”. En ningún país del mundo el psicoanálisis había prendido tanto como en Estados Unidos y, aunque sea de modo tácito, hasta el día de hoy se lo nota a través del cine, de la televisión y del teatro. Él me contestó: “Nosotros éramos médicos. No pensábamos que teníamos  derecho de ir más allá del psicoanálisis como práctica médica”. Hay que tener en cuenta que en Estados Unidos no se podía ejercer el psicoanálisis sin ser médico, estaba penado por la ley. Hoy en día, que lo pueden ejercer una asistente social o un psicólogo, basta con tener un PhD (y la Asociación de Psicólogos Americana es tan poderosa como la Asociación de Psiquiatras Americana), la oportunidad ya se perdió. Lacan entra en Estados Unidos sobre todo por los departamentos de literatura y filosofía y comienza a ser leído por los mejores analistas de la IPA.

 

Alejandra Ruíz: Quizás falte una conexión, por ejemplo, más allá de estos factores sociológicos que no conviene sobreestimar, está nuestra cuestión de la traducción, o sea, retomar en algo lo ya dicho porque por momentos parece que se hablara de otra cosa: ¿ la cultura, el psicoanálisis laico forman parte de los efectos de la traducción o la teoría de la traducción es parte del problema de la cultura?

 

H.Y.: Lo que se llama factores sociológicos son en realidad reales discursivos. Hay ordenamientos significantes que dependen del significante amo y eso es un estrato arqueológico en una lengua. Con períodos internos, con reordenamientos, sí, pero que hacen que solo se enraíza profundamente algo que encuentra un terreno o lo produce. Freud lo hizo con la literatura alemana y la tragedia griega e isabelina. Lacan no solo con la literatura sino con toda la historia cultural francesa, su lectura de los clásicos griegos y latinos, el cristianismo, su lectura de Marx y la cientificidad, tal como se construyó en el racionalismo francés.

No hay análisis en intensión si se ha perdido el análisis en extensión, pero tampoco este último puede ser la guía de un análisis. Una lengua está conformada por sus significantes amo. En Gran Bretaña, el empirismo. En Estados Unidos, el pragmatismo. Hay significantes imposibles de traducir de una lengua a otra porque son sinsentido para los hablantes, salvo que un Maestro, a lo largo de toda una vida, transforme lalengua. El Canal de la Mancha es, en este sentido, una herida irrestañable entre dos concepciones del mundo que empezaron a abrirse una de otra ya en el siglo XIV, con Guillermo de Ockham, que pueden, por cortesía, entenderse durante una cena, pero no compartir. Es así como Freud fue aceptado en Gran Bretaña gracias al platonismo introducido por Russell y Whitehead hacia el fin del siglo XIX. Pero fue aceptado sin idea alguna de la importancia de la lengua. ¿Freud la tenía? No lo sabemos. Su escritura del alemán, de una cualidad rara, hace pensar que la expresión no solo exacta sino constantemente creadora de efectos de sentido era para él la prenda de toda transmisión. Solo Lacan pudo leer esta cuestión fundante en la escritura de Freud.  De todos modos para el fundador del psicoanálisis ganar como fuere la lengua inglesa, significante amo universal, para la causa analítica significaba permitir la supervivencia del psicoanálisis, que si no hubiese sido así, Freud lo temía, habría quedado como un juguete roto entre las ruinas del nazismo, como una historia judía, de Jekkes y de Östjüden (de judíos alemanes y del este).

Así es como las Obras Completas de Freud se leen en inglés sin atisbo alguno de que puede haber un Freud que no está ahí, que desapareció en el texto aparentemente por él escrito. Efectivamente, hay algo que se perdió irremisiblemente en lo que dicen las palabras de Freud al utilizar una teoría de transposición palabra por palabra del alemán al inglés, a pesar de que son dos lenguas que comparten sus raíces. Se podría haber buscado complejizar más la traducción, anotarla. El inglés es enormemente rico en preposiciones locativas, vive de las preposiciones (que se unen obligatoriamente o no a un verbo y le dan su sentido) siendo, además, es una lengua riquísima en la creación de frases nuevas y en perpetuo cambio, más que otras, como corresponde a las lenguas que sirven de equivalente universal. Eso hace que en general, también, quede un núcleo literario rico, denso, y una lengua de intercambio empobrecida.

Nuestro problema reside en que las palabras del psicoanálisis se gastan, y el único que lo entendió fue Lacan. Para traducir la referencia hay que cambiar el sentido, si no es una moneda que se desmonetiza por pasar de mano en mano, que es lo que sucede cuando en la traducción se pierde el significante, porque traducir es perder irremediablemente el cuerpo del texto. Un traductor es alguien que asesina y tira por la borda el cuerpo –salvo en poesía, donde hay que recrear en lo posible las asociaciones de sonidos y colores–, que deja caer el cuerpo de la lengua que traduce y tiene que inventar otro cuerpo, el cuerpo al cual vuelca lo que tiene que traducir. Es decir que tiene que ser, a la vez, fiel a la lengua de origen y un creador en la lengua de recepción. Eso no ocurrió. En psicoanálisis la traducción no es de sentido, ya que se trata de buscar los términos que permitan aprehender la referencia, aunque el sentido se pierda. “Represión” traduce más, sin ser satisfactorio, Unterdrückung que Verdrängung, ya que drücken significa empujar, hacer presión sobre algo.

La cuestión de la traducción es esencial en la historia cultural occidental.[3] Primero, los romanos traducían; los romanos hablaban y leían el griego[4] y moldearon la poesía latina con la poesía griega (no así los griegos que no traducían: para ellos, su lengua era única). Y a partir del Renacimiento comienzan las grandes traducciones del griego y del latín. Es decir que la cultura en los países occidentales, Italia, España, Francia, Inglaterra, Alemania, se hizo a través de las traducciones de los clásicos griegos y latinos, mucho más los latinos en los países católicos, donde el griego fue considerado herético, por poner en cuestión la primacía de los padre latinos de la Iglesia (más de un traductor del griego del Renacimiento tuvo dificultades con la Sorbona, al límite de ser considerado herético y llevado a la hoguera), más los griegos en los protestantes. Es decir, la traducción forma parte de la lengua de cada país, no es simplemente algo que se vuelca, sino que las traducciones modificaron las lenguas receptoras.

Ahora, ¿pasó esto con la traducción de Freud y de Lacan al castellano? La traducción de Freud, ¿modificó la lengua?

Un punto más. Cuando Lacan dibuja caligrafías chinas en el pizarrón y más aun cuando comienza a dedicarse a la lengua japonesa, que, ustedes saben, pronuncia de tres maneras diferentes los mismos caracteres: 1°) en chino, para significar el sentido de cada caligrafía, 2°) con una fonética reducida, y en tercer lugar los sonidos se apoyan en esos caracteres chinos pero se pronuncian en japonés y ya no traducen la escritura china, sino que son términos de la lengua japonesa sin relación con el significado de la letra. Esta referencia no nos sirve solamente para dedicarnos al japonés, cuya cultura es profundamente original y al mismo tiempo efecto de lejanas traducciones del sánscrito y del chino, sino, más acá de la universalidad del lenguaje, preocuparnos por la particularidad de nuestra lengua, y su relación con el continente del español y con las lenguas, romances y anglosajonas de las que ha tomado préstamos. Toda lengua es impura y vive de esa impureza. De su lucha contra ella y del esfuerzo por incorporarla y blanquearla. Traducir enriqueciendo y modificando la lengua es parte de lo que le da vida.

 

A.R.: Lacan, como lector y traductor de Freud, renueva su obra. La reinventa. ¿Podría en castellano realizarse sobre la obra de Lacan una operación de traducción que renueve, aunque sea fragmentariamente, su lectura? En el campo de la literatura, Borges postula que el traductor es un verdadero escritor y que a veces la traducción no solo es una pérdida, también puede ser una invención literaria al mismo título o incluso superior al texto original. Hay reconocidas traducciones de Borges que “mejoran” la obra original. En ese sentido, él tematiza algo que es constituyente de la cultura argentina que vive, respira, por esas traducciones. Hay traducciones donde no solo no queda un mar tesoro en la lengua fuente sino que ganan sentidos o riqueza al pasar a la lengua meta. Me pregunto, en este sentido, hasta dónde podría suceder este tipo de reinvención en las traducciones analíticas.

 

H.Y.: Al respecto, hay traducciones de Freud al francés que no son las Obras Completas traducidas por el equipo dirigido por Jean Laplanche, sino la colección Connaissance de l'Inconscient, de Gallimard, que no tiene la intención de ser obras completas, y son traducciones excelentes al francés, hechas por traductores-escritores que anotan las dificultades y las imposibilidades de traducción, dando al mismo tiempo los equivalentes en cada caso: “Cuando aparezca tal verbo en tal contexto, lo voy a traducir así, pero cuando aparezca como infinitivo sustantivado en tal otro contexto, lo voy a traducir de esta otra manera”. Le dan a la lengua la dignidad de ser el lugar y el instrumento a la vez en donde el inconsciente se va creando, único como concepto pero diferente en cada ocurrencia clínica o metapsicológica

Cuando Freud escribe sobre Leonardo habla de reale Nichtigkeiten. ¿Cómo traducir eso? No es posible hacerlo en el castellano de Buenos Aires, necesito el español: “Naderías reales”. En Buenos Aires nadie dice “naderías”, pero lo necesito. No es lo mismo que “tonterías” o “pequeñeces”, como figura en los diccionarios. Lacan busca esa palabra en el griego de Demócrito para dar la tonalidad que para él tiene esa “nada” en Freud: una nada que es real. Si  tuviese que traducir sin preocuparme por la transmisión del psicoanálisis, diría “pequeñeces”. Dos estilos de traducción. Uno tiene el sintagma en alemán reale Nichtigkeiten, y se podría decir “pequeñeces reales”, pero la dimensión del descubrimiento freudiano desaparece. Para Freud  esas pequeñeces son el lugar de lo que se transmite de madre a hijo: algo ínfimo, pero real. Entonces, si  pusiera “pequeñeces”, podría creer que resolví el problema y quedarme tranquilo: puse un adjetivo sustantivado, evito “naderías” para no escribir como un español. Lo “resuelvo” tranquilo. En cambio, Lacan recurre al griego de la Odisea, en donde Ulises se nombra a sí mismo “Nadie”, Medéis, cuando Polifemo le pregunta su nombre; o al griego de Demócrito, que habla de la nada, inventando un sustantivo, medén, a partir de un adjetivo. Pero usando un “no” de imposibilidad: “Es imposible que sea algo”[5].

Entonces, ¿por qué Lacan traduce así? Una hipótesis sería, para dar cuenta del Inconsciente como no realizado. Cuando digo “es imposible que sea algo”, lo estoy negando y afirmando al mismo tiempo: le estoy dando estatuto de real a partir de esa negación de imposibilidad de que sea (y, sin embargo, es algo). Con lo cual, le está dando una modalidad de movimiento lógico y real: pasar de lo imposible a lo contingente. Está dando el carácter de real a través del término inventado por Demócrito.

Fíjense, entonces, adónde nos lleva una palabra que podíamos traducir por “pequeñeces” y quedarnos tranquilos, porque Nichtigkeit es una palabra corriente en alemán. Pero lo que está en juego en esa palabra es la transmisión del inconsciente. Naderías, pequeñeces, etc., es lo que se preguntan todos los padres respecto de los chicos: ¿pero cómo lo supo si nunca se habló?, ¿pero cómo es así, igual que, si…? Por esas pequeñeces invisibles se transmite el inconsciente. El problema de la lectura y de la traducción es la de tratar los textos de Freud y de Lacan con los mismos cuidados con que se trata el texto inconsciente de un paciente. Pero eso no se ha hecho ni en inglés ni en castellano, no se lo ha problematizado.

Un buen traductor literario no puede dejar de notar que la expresión de Freud reale Nichtigkeiten porta en sí una cuestión más grave que la de su simple translatio, palabra por palabra, de un lengua a otra.

Un analista, si lo es, no puede dejar de notar que añadir real a pequeñeces o naderías es una señal, clara, de que Freud considera a esas naderías esenciales, ya que, cuando usa el término alemán reale, se está refiriendo, desde La interpretación de los sueños en adelante, pasando por La realidad psíquica, al deseo inconsciente, a lo que no miente, más allá de toda representación.

Cuando Lacan adopta el término griego meden para el inconsciente, sin decirlo, está haciendo más que traducir, está operando el desplazamiento teórico que llamamos lectura. Pero esa lectura no sería completa si otro lector no se arriesgara a escribir que la nada de Lacan no es la nada de Freud, pero que no sería posible si no la hubiese encontrado, y en ese encuentro, que es el régimen de lo real, transformado y dado a la vez un vuelo y una penetración que no poseía previamente. Así sucede que crea otra letra, que no reprime la primera, salvo para los fascinados, para los que forman haz. En Lacan hay otra escritura en su palabra, y todo el desafío de nuestra generación y las venideras consistirá en producir una escritura que de cuenta del régimen de esas escrituras sucesivas, siendo que cada una es irrepetible, por ser advenimiento.

 Lacan habla con un estilo argótico (viejo estilo de los bajos fondos parisinos, que hoy es el de la calle), pero usando palabras que van del francés medieval al francés más culto, pasando por citas ciertas o inventadas, ya que, como Borges, inventa citas. Tiene un arte de la cita, tal cosa parece Spinoza en latín pero no lo es. Posee un arte de la cita que sirve para hacer corte, para provocar un efecto de sentido, el cambio de idioma hace que el efecto sea interpretativo. Ahora bien, ¿qué está buscando Lacan con eso? Que toda su elocución sea interpretativa, que lo que dice y cómo lo dice sea recibido no como saber consabido  sino como efecto de sentido que renueva el saber que ya poseíamos y que, sin ese efecto, nos adormece.

 

A.R.: ¿Se jugaría allí la posición de analizante, a la cual Lacan se refiere en el seminario Encore?

 

H.Y.: Cuando Lacan dice que él se analiza dando el seminario, está diciendo que hay que seguirle la pista. Pero cuando hace cortes con efecto de sentido no es un analizante.

Por otro lado, él se interroga sobre problemas clínicos y teóricos en sus intervenciones fuera del seminario y responde teóricamente dentro del seminario: usa el adentro y el afuera constantemente, haciendo reenvíos. Siempre leí con mucha atención todo lo que Lacan decía fuera del seminario y fuera de París, porque ahí planteaba problemas que después encerraba en una fórmula ya muy trabajada, muy articulada, donde se presentaba la respuesta a la pregunta que había formulado en otro lugar, en otra escena. Él nos estaba diciendo evidentemente sin articularlo, que para entenderlo había que seguir sus dos tipos de discurso: el abierto a los que no eran sus auditores habituales, y el cerrado a sus auditores. Hay siempre un doble movimiento en la espacialidad de la palabra, en su puesta en escena, y cuando escribe cifra aún mucho más que cuando habla. Ahora bien, él usaba el francés de todos los días, pero también vocabulario de caza, de marina, regional o el francés más exquisito, el de Chateaubriand. Para traducirlo, habría que usar todas las variantes del español de España y del español de Argentina. A veces lo quiero traducir y después lo dejo… sus palabras están en español, pero no en castellano. Están en español (de España), que tiene más profundidad histórica que el castellano. ¿Pero a quién va dirigido? 'Cuál sería la decisión editorial? Para la producción de films y obras de teatro hay una pronunciación establecida de español internacional, pero no hay tal lengua que pueda ser escrita. Con lo cual, la traducción de Lacan al castellano se volvió una traducción de conceptos sin una teoría de la traducción y sin notas sobre los retruécanos y las palabras con grafía inventada, sin condensaciones escritas entre dos lenguas. Una traducción así carece de efectos de sentido, le falta valor interpretativo, no se dirige al sujeto, se vuelve desde el vamos  saber universitario.

 

I.R.: Quizás porque eso no deja marcas en la lengua. Es decir que hay una cosa conceptual, pero que no tiene vida. Sin embargo, Lacan insiste en relación con lo inconsciente, en que el lenguaje está en el corazón de lo que enseña, tal como  resulta confirmado por la experiencia –una y otra vez– de abrir los libros de Freud en una página cualquiera. Insiste con que a veces suele olvidarse que el habla no es el lenguaje y que este hace hablar ocurrentemente al ser que se especifica en ese hablaje (Lacan condensa en parlage, habla y lenguaje). Esto me parece muy importante respecto de su interrogación acerca de un traductor al castellano.

 

H.Y.: Los traductores de Lacan, primero tienen que conocer muy bien cómo se habla en Francia. Habría que haber vivido un tiempo en Francia para traducir a Lacan. Su vocabulario es inmenso. Es como querer traducir Shakespeare y no haber vivido en Inglaterra: aun los propios ingleses se ven obligados a consultar diccionarios de inglés isabelino. La realidad es que en Francia, en Inglaterra o en Alemania, las editoriales compiten por quién tiene los mejores diccionarios. El diccionario de la Academia en Francia tiene cincuenta tomos. El diccionario Le Robert tiene siete grandes volúmenes que da el sentido de cada término en cada época, dando ejemplos literarios que atestiguan cada variación de su uso, más diccionarios etimológicos donde cada palabra del francés trae su origen latino, griego, franco (dialecto del alto alemán), o bien inglés o español, ya que las lenguas importan y exportan según su posición de dominio. Ya que hay una conciencia de que la lengua es un tesoro, algo que hay que cuidar. Así como los diccionarios ingleses de Oxford y de Cambridge: el Concise es un tomo de dos mil páginas, pero, si no, es también una biblioteca de cuarenta. El tema es el cuidado de la lengua como un bien común, pero hay un problema político: la ausencia de significante amo en la lengua. Por otro lado, ¿cuál es la dificultad que tenemos en castellano? Nosotros tuvimos una Real Academia en el siglo XVIII que, bajo un régimen absolutista, fue racionalista a su modo, no pudiendo proveer de un ideal de la Razón científica a la sociedad, tomó a la lengua como sufre dolor de su impotencia. No querían que hubiese equívocos en la lengua española. Por eso introdujeron toda una serie de nociones… Agua es femenino, pero decir “la agua” es cacofónico; entonces prohibieron que hubiese dos vocales iguales, una átona y la otra tónica seguidas. Para que no se escribiera “l’agua”, con apóstrofo, cosa que hubiese pasado indefectiblemente (como pasa en francés), prohibieron eso e introdujeron el artículo masculino “el agua”. Del mismo modo, “el arte” y “las artes”. Así, hay veces que la gente no sabe a qué género pertenece una palabra, cómo poner el adjetivo después: si ponerlo en masculino, porque antes usó el artículo masculino para “agua”. No sabe si el artículo masculino obliga a que el adjetivo vaya en masculino, cuando el buen uso quiere que la concordancia la haga con el sustantivo. Por ejemplo, “el agua negra".

Hubo un ideal de transparencia de la lengua. Es como si hubiesen querido prohibir la existencia de equívocos, sin pensar que la lengua nace del equívoco, que el equívoco es lo que crea la lengua. Hubo un hálito mortal del racionalismo, aplicado a algo que no era su objeto. El objetivo de la Real Academia durante el siglo XVIII fue separar las palabras unas de otras. En castellano, la interpretación no puede hacerse con juegos de palabras como en francés, porque en francés todo sonido se escribe de maneras diferentes. Lacan solía decir que el grado cero de la interpretación era ce n'est pas moi qui vous le fait dire (no soy yo quien se lo hace decir), expresión francesa usada por cualquiera, el diariero o el carnicero, cuando alguien, un cliente, confiesa bruscamente algo inesperado sobre sí mismo. Podría añadir otra, de mi cuño, cuando una frase de un paciente, en francés, dice realmente otra cosa: “¿Cómo lo escribe?”.

La Academia Española tuvo horror de la homofonía. Y horror de la mezcla de palabras. Como si hubiese sexualidad cuando las palabras se interpenetran. Instruyó un ideal de la diéresis y un horror de la sinéresis entre las palabras. Eso no impide escribir poesía, de ninguna manera, pero el eje metafórico no es el mismo que en francés, en alemán o en inglés cuando las palabras se escuchan.

En español es muy difícil, es imposible, si no es por medio de una traducción anotada, hacer pasar que, cuando Lacan está hablando, dice una cosa y sugiere varias diferentes, que están dichas aunque no estén absolutamente dichas. Por ejemplo, le désir et son interprétation, para todos los analistas franceses tiene el mismo sonido que le désir est son interprétation (“el deseo y su interpretación” tiene el mismo sonido que “el deseo es su interpretación”, son homófonos). Está desarrollado en L'étourdit por el mismo Lacan. Con lo cual, Lacan nunca dijo “el deseo tiene que ser su interpretación”, pero está sugerido por la homofonía. En Lacan la homofonía sirve de prueba. Pero no cualquiera.

 

A.R.: ¿Eso podría tener como efecto ciertas exclusiones lógicas? Porque, en el caso de la homofonía que usted menciona, es indecidible si es A o B (o si es A y B), mientras que, al transcribir lo oral a un texto y poner “y su interpretación”, en la medida en que se elige una de las versiones y no la otra, se convierte en algo excluyente.

 

H.Y.: El seminario se llama El deseo y su interpretación, y la homofonía, aunque no esté escrita, es válida. Para Lacan, en L'étourdit la homofonía es una de las vías por donde se llega a lo real del significante, y su interpretación. Interpretación aquí quiere decir punto de apoyo de la intervención, sin más. Pero nada menos. En castellano es más raro, y usarlo a troche y moche desgasta la transferencia y hace al inconsciente más esquivo.

 

I.R.: Está claro que allí hay un aprovechamiento de una latencia de la lengua que  desborda la intención cuando se escribe. Esto es muy interesante para el trabajo analítico, en tanto tales efectos se desprenden de la puesta en acto del lenguaje.

 

H.Y.: La cuestión es que en castellano no se puede trabajar así en sesión (estaríamos haciendo trabalenguas). De todas maneras, tendríamos que lograr que la traducción de Lacan no sea ni chata ni en jerigonza. Este cometido no se logra traduciendo L'Étourdit por El atolondradicho. La cacofonía no ayuda a pensar por qué el analista juega el semblant de aturdido por lo real de la palabra, al punto de parecer atolondrado –Lacan no se privaba de hacerse el débil mental. El problema es que estamos hechos por un uso de la lengua en español clásico y por un castellano del Río de la Plata hecho por un Borges que, aunque era totalmente anglófono y conocía de memoria toda la poesía inglesa, decía que no amaba el pun, el juego de palabras. No le gustaba, pero no porque no le gustara en inglés, sino porque en castellano eso no iba. Es decir que el criterio estético-poético de Borges también nos tiene que guiar para pensar cómo traducimos. Él está diciendo: “Al castellano, el pun no pasa”. Pero todo Shakespeare es puro pun, la comedia de Oscar Wilde es puro pun ya que el equívoco en el juego del significante permite dar el soporte de los espejismos del deseo en el imaginario. En francés, los títulos de los diarios son juegos de palabra. Es decir que no se puede traducir fuera del espíritu de la lengua, pero tampoco sin tratar de hacer que la lengua cambie gracias a una gran traducción.

Cuando traducimos –el problema es si dejamos caer el cuerpo del francés o el cuerpo del alemán–, lo que tenemos que hacer es, como decía Lacan, traducir el espíritu de Freud, no se puede traducir la letra de Freud sin el espíritu. Para traducir la letra, hay que hacerlo según el espíritu.

Pero volvamos atrás: ¿quiénes fueron los grandes discípulos de Lacan? En un comienzo fueron los que leían a Freud en alemán. Serge Leclaire, que era alsaciano, leía y hablaba alemán, también Vladimir Granoff, ruso nacido en Alsacia y políglota (hasta que se peleó con Lacan), Mustafá Safouan, que lee alemán y tradujo La interpretación de los sueños y la Fenomenología del espíritu del alemán al árabe, y Otelo, el moro de Venecia de Shakespeare, del inglés al árabe clásico. Esos son los grandes discípulos, en los primeros tiempos de Lacan, los que tenían acceso al alemán de Freud y entendían cómo Lacan, al enseñar Freud, lo traducía  de modo tal que, sin decirlo iba creando un corpus nuevo, justamente porque lo real del texto freudiano, para ser traducido necesitaba un cambio de parámetros y una refundación.

Los que no leían alemán podían ser muy buenos pasadores de Lacan, excelentes transmisores de la clínica, pero no de la teoría. Lacan, como lector de Freud, es alguien que lee el alemán de modo ejemplar. Por ejemplo, en alemán somatisches Entgegenkommen se tradujo “complacencia somática”, lo que es correcto. Pero si tomamos Entgegenkommen como un infinitivo y no como un sustantivo, entonces quiere decir “venir al encuentro del cuerpo”. Con lo cual, aunque no sepamos alemán, Lacan nos enseña que la histeria es el primer estrato de neurosis para cualquiera, aunque después necesite de una fobia o se convierta en una neurosis obsesiva. Esto quiere decir que todo el cuerpo, biológicamente, es una superficie "complaciente" a la escritura por el significante: el cuerpo biológico se hace cuerpo erógeno, simbólico, por la escritura del significante y no solamente como síntoma; además, el cuerpo como imaginario es también creado por el encuentro del significante y el soma. Lacan les abre el sentido a las fórmulas en alemán de Freud, dándoles uno nuevo, hace producir lo no leído por Freud en su misma escritura.

Ser lector es ir sobre la escritura de alguien y llevarla más allá de lo que el primero conscientemente escribe. Quiere decir que, cuando alguien escribe, no sabe todo lo que escribe, y eso se aplica aun a Freud. Por eso, en su última época Lacan decía que un psicoanalista es un lector de Freud. No decía que debía ser un lector de Lacan. Aunque él había “letrificado” tanto las cosas que sabía que: “Alguien que lee a Freud pasará también por mis significantes”. Y leer a Freud es leerlo más allá de lo que Freud podía pensar que él escribía.

En los años ´30 le da el comando a Anna Freud y, sin embargo, si uno lee los trabajos del Freud de entonces, no tienen nada que ver con el yo de los mecanismo de defensa: es un yo dividido, con mecanismos que no han sido repertoriados por Anna Freud, un sujeto que quiere una cosa y hace otra, y la hace porque creyendo una cosa, hace algo diferente de lo que cree. El modo de pasaje de un lado a otro se hace por transmisores que no son una ecuación. En Un trastorno de memoria en la Acrópolis ya hay una tercera metapsicología, que no es la del El yo y el ello, sino otra. Hay un sujeto en el fantasma que recuerda algo de lo que se equivoca y cuando se acuerda, hace otra cosa distinta a lo que pensaba hacer.

 

I.R.: Siguiendo la referencia al “lector”, por ejemplo, Lacan dirá que tanto en el caso de Freud como en el de aquellos que tuvieron una función de fundadores en el pensamiento, su lectura por sí misma tiene valor de formación. Incluso es posible afirmar esto mismo, desde el punto de partida del lacaniano retorno a Freud, tal vez haciendo lugar a la teoría de la recepción en la cual el lector es coproductor del texto. Y me parece que eso es un movimiento: Lacan, no tanto como el que traduce o el que interpreta a Freud, sino su impar lector.

 

H.Y.: Lectura significa tres operaciones simultáneas y sucesivas: interpretación, traducción y desplazamiento. Y si hay cambio de lengua, creación en la lengua de recepción de vocablos nuevos que hagan oír el acento nuevo que las palabras poseen en el texto que se lee. No hay que olvidar es que el concepto de lectura viene de Althusser, de otro contexto. En psicoanálisis, es posible porque hay una práctica del inconsciente a la que se debe obedecer, en lugar de ponerla en el chaleco de fuerza de una concepción hecha de términos vacíos.

Les doy un ejemplo de lo que Althusser llamaba leer a Marx. Este último usaba para nombrar el lugar de los hombres en las relaciones de producción el término alemán Träger. Althusser lo lee y lo traduce como “soporte”. Los hombres solo son soporte de las relaciones sociales, no son sujeto histórico. Ahora bien, Träger también quiere decir “portador”, lo que cambia totalmente el sentido del concepto, ya que no es lo mismo soportar, estar pasivamente cargado, que ser portador subjetivo de esas mismas relaciones. La “lectura” de Althusser es una inflexión. Por lo tanto, decir que Lacan lee a Freud no nos resuelve ningún problema. Nos crea otro. La cuestión es dar cuenta de cómo lo lee, por qué, y qué es lo que lo hace ir cambiando en su movimiento de apropiación y crítica de los apoyos darwiniano-lamarckianos o evolucionistas enquistados en la letra de Freud, pero no en su práctica y en su escritura del análisis.

En castellano hay cientos de elementos de Freud que están ocultos y que no se pueden leer. No se le puede achacar a la primera edición de López-Ballesteros, pero la segunda edición, la de Etcheverry, tiene el formateado de las otras, el formateado de Strachey, y no hay una investigación del pasaje de palabras ni del sentido del alemán. No hay cotejo de posibilidades.

La traducción de Lacan al español tiene problemas importantes, que pasan por una versión exigua de las posibilidades del texto francés. A su vez, mi punto de vista sobre la edición del Seminario es que este requiere un trabajo crítico que pertenece al conjunto de la comunidad lacaniana, más allá de sus divisiones políticas. Luego de la edición crítica del seminario sobre la transferencia, la edición de Jacques-Alain Miller cambió, se corrigió, mejoró, y comenzaron a aparecer comentarios bibliográficos excelentes. Aun así, los proyectores del comentario no echan luz sobre todos los aspectos del texto que encierran alusiones a filósofos o pensadores que se trata de poner, ahora, en un segundo plano, para dar una imagen más científica de Lacan, menos atraída por gente que en este momento no es políticamente correcta, aunque haya sido introducida en Francia por grandes figuras de la Resistencia. Es una paradoja, pero es la verdad histórica y está documentada.

En cuanto al lector como coproductor, déjenme decirles que es una teoría interesante la de la estética de la recepción, para la literatura, la de Hans Robert Jauss, efectivamente, hay muchos Esquilo y muchos Dante. Pero el texto de las obras clásicas, una vez rescatado por la filología, fundamentalmente en la última parte del siglo XIX, está siempre más allá del lector, a la espera, imposible, del lector que lo lea. Es lo que ese inmenso escritor que fue Maurice Blanchot, que alguna vez Lacan invocó como auditor ideal, llamaba "la soledad de la obra".

 

 

A.R.: En alguno de los textos que leímos, usted hablaba de esto, de que aun una traducción correcta tiende a dejar de lado otros sentidos también correctos. Es decir que la edición, necesariamente, ¿tiene que ser anotada?

 

H.Y.: Hay una creencia, pertinaz pero felizmente no totalmente generalizada, de que la llave maestra del discurso lacaniano es hacer nudos. Pienso desde hace mucho que los nudos no solo ordenaron conceptualmente la enseñanza, sino que trajeron consigo grandes descubrimientos, teóricos y clínicos, y un más allá de la psiquiatría que no implica en modo alguno su supresión, todo lo contrario. Pero no es por saber nodología que se accede a esos descubrimientos, sino poniendo en correlación los nudos con las enunciaciones anteriores y las posteriores, y pensando qué es lo aún no resuelto. Por otro lado la denominación misma que Lacan hace de los nudos está implicando que su enunciación es la que guía y da sentido. Cuando de un toro hace un cilindro y lo llama “trique”, “trique” en argot significa la verga. En francés argótico es evidente. Lo único que quiere decir “trique” es eso. Por lo tanto nos está señalando que el toro se transforma en trique si el cuerpo del bebé está falicizado; la condición de la transformación –está diciendo Lacan sin decirlo– es que el cuerpo del sujeto esté falicizado. De lo contrario no habría el corte –del deseo del Otro real– que, invistiendo el cuerpo que si es tórico es porque hay deseo, permite que un toro se haga trique. Es una nominación de un objeto topológico cuyo sentido está dado en el discurso previo. A partir de allí va a producir ideas nuevas sobre las identificaciones freudianas. El cuerpo del chico es fálico a condición de que haya un corte, un agujero en lo real que lo produzca, y va a dejar de serlo en cuanto sucedan las otras operaciones que permiten la identificación secundaria y la imaginaria.

Además, el nudo borromeo como tal es Nombre del Padre, es decir que quienes afirman que Lacan deja de lado el Nombre del Padre con la metáfora paterna, están equivocados.  Dejó la metáfora a un lado, no la forcluyó, pero no dejó de lado el Nombre del Padre. Él dice: el nudo borromeo es Nombre del Padre. No lo abandonó nunca. Entonces, ¿por qué se le sobreimpone a Lacan algo que no está en Lacan? Nombre del Padre y falo nunca dejan de aparecer en su obra ¿En qué se basa la teoría de los cortes epistemológicos cuando Lacan mismo dice que el nudo si es borromeo es Nombre del Padre? Hay que tener en cuenta esto. Ahora bien, hay nudos de cuatro cuerdas que no son borromeos y sin embargo el cuarto actúa de tal modo que ninguna cuerda se suelte, sin que la condición paterna sea la garantía. Hay nudos de cuatro con y sin accidente forclusivo, lo que hace que no sean lo mismo, permitiendo plantear la existencia de tipos subjetivos fuera del tripartito de neurosis, psicosis y perversión. Existen tipos subjetivos que no se van a desarrollar como psicosis clínicas, pero que tampoco son neuróticos[6]. Pero el Nombre del Padre y el falo están, simplemente, porque está la enunciación que los nombra.

 

A.R.: La lectura del matema, ¿no implica, en cierto nivel, la traducción?

 

H.Y.: El matema en Lacan quiere decir algo que es transmisible: no es la matemática. El matema es lo enseñable –en griego, “matemática” quiere decir “las cosas que son enseñables”. No se le puede enseñar a nadie a ser poeta si no lo es, pero se le puede enseñar matemática. Platón muestra cómo al esclavo se le extrae el saber sobre el teorema de Pitágoras; por lo tanto ese teorema de geometría es matemática, porque es enseñable, porque cualquiera puede aplicar el método deductivo y saberlo. Pero acá hay una tesis mucho más oculta: sin el inconsciente no hubiera habido matemática. Es gracias a la capacidad de formalizar del inconsciente que el hombre llega a la matemática. Para Lacan hay correspondencia entre la castración y la teoría de conjuntos. Esa es una de las cosas con la que más se lo resiste a Lacan; se lo sigue hasta un cierto punto y después ya no. Para Lacan, al chico hay que enseñarle matemática, pero el inconsciente ya piensa según ciertos criterios matemáticos. El inconsciente es una máquina de ordenar y calcular, simple, que actúa y formaliza en el espacio. Por eso, en un momento dado se encontró la escritura alfabética y se la usó para darle soporte a los sonidos de la lengua, aunque nunca puede la letra coincidir con el fonema. Pero no  fue conscientemente que el hombre lo hizo, porque en la base, en la raíz, dice Lacan está el inconsciente. Mas no luego: una vez que algo existe, es transmisión de saber. Hay transmisión de saber en China, en India, en Occidente: la Metafísica occidental hizo que la matemática no sea simplemente una cuestión de resolución de problemas como en Oriente, y vaya más allá. Fue la resistencia de la Metafísica que le dio a la matemática su lugar privilegiado en la cultura haciendo de la formalización una condición de cientificidad. Es una herencia que debe ser revisada.

 

A.R.: Usted afirma que los hablantes del castellano tenemos una tarea por delante, si queremos avanzar en la lectura de Lacan, que sería poner estos distintos registros del habla y poder montar un aparato de notas que nos permita leer estos lugares de homofonía que en general se pierden en la traducción.

 

H.Y.: Tendríamos que enriquecer nuestro castellano. La escritura analítica en castellano es el verbo “ser” más un concepto, el verbo “ser” más otro concepto, etc. En castellano, no se usan verbos para escribir el psicoanálisis. En francés, en cambio, no se usa el verbo “ser” para escribir, se usa apenas para hacer la primera definición nominal y nada más. Es decir que hay una pérdida de riqueza en el castellano que utilizamos, no digo ya en el castellano de la traducción sino en el que efectivamente usamos para escribir psicoanálisis. Hay una especie de afán de definición, un afán por definir, y lo que muestra un escrito que es analítico es que el movimiento mismo de lo escrito lleva a una interpretación, lleva a algo donde aparece un sujeto (que es el analista mismo). Lo característico de una parte todavía importante de la producción en castellano es que el analista demuestra que entendió Lacan. Quiere decir que todavía estamos en la escuela. El problema no es haber entendido a Lacan; el problema es, con lo que sabemos, tanto de nuestra práctica clínica como de nuestra práctica de lectura, escribir de una manera tal que lleguemos a un punto interpretativo al que no habíamos llegado. Eso es formalizar.

 

I.R.: Esto me hace pensar en eso que escribe Lacan en el Prefacio a la traducción inglesa del Seminario 11, cuando dice “soy un poema y que se escribe”. La cuestión no es escribir sabiendo previamente adónde voy a llegar, sino que, en el devenir de lo que digo, de lo que hablo, de lo que voy trabajando, el “analista-poema” –por así decir– se muestra, se presenta, se hace hacer tal –lenguajeramente– en acto, en la sesión analítica. Cuando uno lee a Lacan en su lengua, eso sabe como lengua viva. Hay algo allí que no se deja captar en la traducción, que se pierde en el pasaje. Por otro lado, también sucede en el establecimiento del texto francés por Miller, que insiste en la pretensión de dar la cosa como perfecta, la frase que corta, cierra y no le deja mucho espacio de benéfica indecisión al lector.

 

H.Y.: Miller es discípulo del último Lacan. Él demostró que podía hacer lo que Lacan quería y pedía, que era, por ejemplo, un índice razonado de conceptos para los Escritos, o sus intervenciones sobre la lógica del significante en el Seminario en los años sesenta, donde le pone letra a la posición de Lacan. Con poco más de veinte años de edad, tenía un saber lógico realmente fuera de lo común. Aparte, Lacan quería hacer un pasaje de un auditorio de psiquiatras a un auditorio de filósofos formados en lógica matemática: fue un movimiento teórico-político decidido por Lacan. Utilizar el lenguaje de la lógica matemática, utilizar el lenguaje del Otro, utilizar el lenguaje del mundo anglosajón para subvertir desde adentro la lógica matemática. Cuando Roudinesco escribe que Lacan se entregó al empirismo lógico, revela una gran ingenuidad y no haber entendido la creación que Lacan realizó con el instrumento de la lógica proposicional, modificándola. Cuando afirma que toda lógica proposicional es una lógica modal, está diciendo que la lógica proposicional es una modal en donde desapareció el sujeto. Esa proposición de Lacan es una subversión de la lógica matemática, lo que sucede es que no fue recibida en el mundo de los lógicos. Digamos, todavía hay en Lacan cargas de dinamita que no se han hecho explotar, que no han servido para hacer un trabajo de reinterpretación. Por otro lado, cuando Lacan profiere "es el decir de Cantor”, está diciendo que Cantor podrá haber enloquecido, no importa, pero tenía un decir y ese decir lo lleva a la creación de la teoría del transfinito, que reordena toda la matemática, del principio al fin, fundándola en la aritmética de los enteros naturales. Por ende está afirmando que hay sujeto en la matemática; aunque luego del descubrimiento o de la producción, la transmisión en la ciencia elida al sujeto, pero la forclusión del sujeto sucede en la transmisión, no en la producción. Entonces, si se repiten consignas, “la ciencia forcluye al sujeto”, queda en contradicción con la enunciación extremadamente fuerte de Lacan: “El decir de Cantor”.

Al hablar y escribir del “decir de Cantor”, Lacan nos precisa que en matemáticas y en ciencias hay sujeto; su estructura clínica carece de importancia. Lo que muestra es que hay sujeto en la psicosis y que Cantor u otros se mantienen como sujetos gracias a su trabajo matemático, pero es también su trabajo matemático, en el après-coup, lo que lo hace sucumbir. Lacan siempre pega a derecha e izquierda: hay sujeto, y ese sujeto es forcluído en la transmisión. Los problemas con la teoría de Cantor surgieron en la transmisión –de hecho se hicieron varias teorías axiomáticas, pues tal como estaba escrita, llevaba a antinomias irresolubles. Después, los procedimientos en ciencia se mecanizan, pero quien impulsa una teoría es el sujeto,  la creación es en tanto tal prueba de la existencia del sujeto.

 Falta reunir lo que Lacan afirma en lugares distintos para mostrar que siempre enunció expresiones aparentemente contradictorias. Pero ¿por qué? Porque así es el inconsciente: va por un lado y pasa para el otro de la barra. El reconocimiento pasa por la negación. Ahora, ¿de qué negación se trata? ¿Negación forclusiva, negación represiva, negación de desmentido? Eso es lo que hay que ver.

 

A.R.: Quizás las negaciones sean una de las cuestiones por las que más se dificulta la traducción del francés al castellano. Decir que no es sin el deseo como el analista avanza en la dirección de una cura no es igual que decir que avanza con el deseo. Una condición necesaria se transforma en suficiente. Además, el pas sans puede ser entendido como paso del sentido y como no-sentido.

 

H.Y.: Es que no tenemos todas las negaciones que tiene el francés. De todas maneras, la que no tenemos es la expletiva. Pero eso no importa. La lectura de qué tipo de negación es, es una lectura analítica y no lingüística. Freud trabajó mucho tiempo hasta llegar a Verleugnung para “desmentido” o “renegación”. Usó muchas variantes, añadiéndole prefijos a leugnen, que es “mentir”.

En cuanto al “no sin”, Freud también lo emplea en alemán: nicht ohne. Freud ya está haciendo una lógica con la gramática. Lacan le da mucho mar alcance, pero en Freud ya está. Y son cosas que en francés y en alemán se están diciendo todo el tiempo –atención, no es que Lacan lo fue a buscar al alemán. Pas sans se dice todo el tiempo en francés. Es un idioma que tiene miedo de la afirmación directa, que parece altisonante o atrevida. Una lengua que no afirma, que dice: “No es sin esto que se puede hacer lo otro”. Ese es el genio de la lengua. Se habla así. ¿Puedo pasar el río?, pregunta alguien. Y el otro le contesta: “No es sin un bote que va a llegar a la otra orilla”. Pero en castellano, el “no sin” es más raro. No está en el espíritu de la lengua. “No es sin huevos que se hace un omelette”, suena un poco rebuscado en castellano.

 

I.R.: En su conferencia en Rosario, usted utilizó el término “desapropiar”. Me pareció muy interesante.

 

 H.Y.: Sí, hay que ver cuál es el contexto. Una es cosa es el fetichismo (desmiento que mi madre esté castrada) y otra es desapropiar a alguien de su saber, no creerle. Por otro lado, todos los hombres son fantasmáticamente fetichistas, porque la castración deja un resto –si los hombres no tuvieran un dejo de fetichismo, no podrían hacer el amor. Ahora bien, ¿de qué estamos hablando? ¿De un perverso o del fetichismo masculino en general? ¿De qué hablamos? ¿Del fetichismo como síntoma o de algo que se le añade al cuerpo de la mujer, o el cuerpo de la Otra mujer que viene a socorrer para no estar simplemente en lo real? Entonces, hay que ver… Porque cuando el amor de los padres por los hijos en un momento no es simbólico, es “desapropiante” de la condición de hijo. Eso no puede no tener efectos. Freud descubrió que en un momento de su historia, un hijo es investido solamente como falo, y eso ejerce efectos traumáticos. Gracias a Lacan, podemos encontrar el momento en que un niño deja de ser investido y se vuelve puro a. Hay una desapropiación, al hijo no se le reconoce aquello que le es propio por ser un niño. Ese padre o esa madre no son necesariamente perversos. Son mecanismos que existen siempre en la relación entre los adultos y los niños. Hay gente que es más “desapropiante” y gente que lo es menos. Otra cosa es el padre que odia y que convierte al hijo en objeto; evidentemente, ahí, en una tercera generación, va a haber una locura, una psicosis.

Esta idea me vino en inglés, leyendo un ensayo filosófico sobre el escepticismo moderno, que el autor llama “the disowning of knowledge”. Porque disowning quiere decir “desmentir”, “renegar”, pero fundamentalmente “desapropiar”: le saco al otro lo que le es más propio. Lo hago objeto a o lo hago falo. Lo uso eróticamente o lo hago caer como objeto. Estoy hablando de una operación inconsciente, que es mucho más extenso que simplemente hablar de renegación. Porque enseguida se piensa en perversión, pero la renegación en general es un mecanismo de constitución del inconsciente, como lo muestra Freud en Una perturbación de la memoria en la Acrópolis. La desapropiación es el modo de constitución del sujeto a través de la alienación y la se-paración.

 

I.R.: Claro. ¿Y qué pasa, en su opinión, con el famoso “soñé con una mujer que no era mi madre”? ¿Es una denegación?

 

H.Y.: Eso es una denegación. En castellano no existe la palabra “denegación”; es una negación que muestra al sujeto en el acto a la vez de reprimir y reconocer lo reprimido pero sin levantar la barra que lo divide. Ahora bien, cuando se dice “no es mi madre”, para Freud es la madre. El problema es qué tipo de negación es esa cuando pasa en sesión: ¿estamos tan seguros de que es la madre? Y de qué madre: ¿la madre de los tres años o la madre de los diez años? En el inconsciente hay una estratificación de las madres: ¿con qué madre vamos a quedarnos en análisis?, ¿a qué madre vamos a tener que llegar y qué madre vamos a tener que dejar de lado? “No la puedo perdonar”, puede decir una paciente, entonces, ¿con qué madre se queda para poder seguir existiendo? Es decir, tenemos que trabajar diciéndole que sí a la negación para ver con qué se queda el sujeto.

 

I.R.: Ese es el movimiento de Freud, aunque diga sí, es su madre.

 

H.Y.: El problema es que ahí no dice nada más. ¿Con qué estrato de la madre quedarse para que tenga algo de una madre? Pero no repararla, como fundamenta Melanie Klein, sino para ver en qué punto el sujeto se apoderó de algo de la madre y para qué le sirve. Trabajar con la negación es complejo. A la negación hay que decirle que sí: “No es mi madre”, “Sí, claro”. ¿Y a qué se le dice sí? ¿Al enunciado o a la enunciación? Resolver esto es una teoría de la interpretación desde Lacan.

 

I.R.: Leyendo su texto Lo imposible de traducir, encuentro que usted habla de una línea del sinsentido, no necesariamente en la puesta en juego de distintas lenguas, sino en relación con lo inconsciente y con la lengua en que se habla y se escribe. Ahora bien, acceder a ese campo específico de un análisis –en tanto analista y analizante– requiere por parte de aquel, desembarazarse de una lengua única: la de la parroquia y la comunicativa del analizante. ¿Se podría desprender del citado trabajo la presencia necesaria en la práctica cotidiana del psicoanalista –el encuentro– con cierta “intraducción”? Es decir, ¿qué nombraría, a su entender, eso imposible de traducir?

 

H.Y.: Lo imposible de traducir es el significante. Que llamo, siguiendo a Walter Benjamin, el “cuerpo de la lengua”. Hay algo que es la inscripción, y luego las trazas ejercen efectos entre sí que cambian el sentido.

Yo tenía la única traducción del Proyecto… de 1895 al castellano, la de Ludovico Rosenthal, y la perdí cuando me fui de Argentina. La tenía anotada en alemán y en castellano, porque Ludovico Rosenthal era vienés. Esa traducción es un modelo de traducción, de alguien que hablaba perfectamente el alemán de Viena y perfectamente el castellano. Realizó ese trabajo de inmenso valor porque se había analizado y representaba el pago de su deuda al psicoanálisis. El problema es: no tengo correspondencias con las raíces germánicas, y las palabras francesas de Lacan son demasiado ricas para volcarlas. No puedo tener todos los movimientos textuales de Lacan, porque el eje lingüístico (vertical) de las metáforas en francés es más rico que en castellano. De todas maneras, ¿cómo logro ser fiel no al significante sino por lo menos a transmitir aquello a lo que hace referencia? Hacer las correspondencias con la lengua de origen para ponerlo, de algún modo, en la lengua de llegada. Porque “el deseo y su interpretación” y “el deseo es su interpretación” son homófonos, pero tengo que llegar a que esa homofonía que no es gratuita y hacer que el lector lo entienda. Ninguna figura retórica en Lacan es gratuita. L'étourdit es casi intraducible, porque hay homofonías en griego, en latín, en francés. Al margen de que pasa del alemán al griego, del latín al francés. Y da signos de que ahí hay algo. Cuando él dice l’habit, es “la vestimenta”, pero también es habite, habita y bite, “la verga”, cuando se la pronuncia bite. Usando un término argótico está significando que el falo es la condición para habitar el lenguaje y que el significante es el que le da falicidad al hombre, y a la mujer. Está el famoso verso de Hölderlin: “Poéticamente habita el hombre sobre esta tierra” (Dichterisch wohnet der Mensch auf dieses Erde), verso extraído del himno In himmlischer Bläue, famoso por las lecturas que le dedicara Heidegger, que le devolvió el lugar que le correspondía de ser uno de los poetas mayores de la lengua alemana, lugar que nunca había ocupado por el desprecio y la incomprensión que le prodigaron Goethe y otros. El problema está en que no todos los hombres hacen poesía. Pero en alemán, dichten es “poetizar, hacer poesía”, y también es “crear”. Quiere decir que al hablar, los hombres crean, crean la lengua que hablan. Y esa es la manera en que el hombre habita el lenguaje: creando la lengua por el hecho de hablar. Fue así que Hölderlin se adelantó en más de medio siglo a de Saussure, quien decía en su curso que los hombres crean la lengua hablando. Y Lacan, en media frase y con una palabrota, dice que la condición es el falo: si el sujeto no está falicizado, no hay introducción del lenguaje en el cuerpo ni del cuerpo al lenguaje. Y eso se hace por medio de la palabra del Otro. L’habit, la vestimenta, el hombre habita el lenguaje gracias al falo (dicho en lengua de la calle). La palabra puede estar desfalicizada; si no está falicizada, no va a haber introducción en y al lenguaje. Todo eso está en una línea.

 

I.R.: Me resultó muy revelador haberlo escuchado decir en cierta oportunidad –inclusive creo que también lo he leído–, respecto de una circunstancia repetida en su práctica hospitalaria en Francia que en el encuentro con madres de niños autistas éstas se avergonzaban de hablar con sus hijos de esa manera tan peculiar –que se llama laleo o lalación– en que el hijo es hablado literalmente por “la lengua de la madre”. Quiero decir, que no le habían hablado de ese modo, en esa lalangue de extrañas palabras y motes, medias palabras, balbuceos, etc.

 

H.Y.: A veces llega una mujer y me dice que en la escuela le piden que traiga al nene al psicólogo, y uno oye que le sigue hablando como si fuera un bebé. Sin saberlo lo está seduciendo, guardándoselo como bebé. La madre está reparando su propia infancia, pero para reparar su infancia se está convirtiendo en el único mundo de su hijo, entonces éste no puede prestar atención en la escuela. Por eso en ciertos momentos hay que cortar con la falicización de la palabra. Por lo contrario algunas madres de niños autistas, de modos siempre singulares, no pudieron jugar con ellos como bebés, es decir, no crearon lalengua. Ambos casos son antinómicos el uno del otro.

 

A.R.: Debido a que la traducción de los textos analíticos suele priorizar el sentido y dejar un poco de lado, como hemos visto, el movimiento vital, el fluir de la lengua, algunos analistas sostienen que el psicoanálisis en castellano ha quedado demasiado pegado a los conceptos y, tomando posiciones antagónicas, eluden los conceptos para optar por el fluir de la lengua. ¿Qué opinión le merecen estas posiciones? ¿Podría el psicoanálisis prescindir de los conceptos?

 

H.Y.: No es en vano que el Seminario XI se llama Los cuatro conceptos fundamentales…, aunque luego, en la introducción a la edición alemana de los Escritos, Lacan escriba que los conceptos son toneles que pierden.

 

A.R.: En Notes sur la traduction,[7] usted habla de la palabra en análisis como traducción. ¿Qué procesos comandan las primeras inscripciones? ¿Qué entiende por Niederschrift? ¿En qué nivel se sitúa la Verleugnung?

 

H.Y.: En todo sujeto neurótico hay una nostalgia del signo, o traduciendo mejor de la seña a la que ya no se tiene acceso por obra del significante. Sin embargo, no habría vida posible sin esa nostalgia. Entiendo “nostalgia” como Sehnsucht en alemán, que también puede traducirse como “búsqueda de goce” en toda su gama, y no solo de dolor, ya que “nostalgia” es una palabra médica inventada en el Renacimiento (nóstos significa retorno y algós dolor, dolor que retorna, retorno al dolor). Con la palabra Niederschrift Freud habla de cambios en las inscripciones, sea por acontecimientos históricos, épocas de aparición de la sexualidad o épocas de “represión”. También hay cambios en las inscripciones gracias a que estas dejan de estar sometidas a la presión reprimente del ideal. Hay traducción en sesión cuando se intenta dar cuenta del objeto, cuya naturaleza escapa al significante. No hay traducción en los momentos de gracia, cuando el sujeto se aviene casi sin creerlo a decir lo que le pasa por la cabeza sin mandarlo para abajo, Unterdrückung.

 

A.R.: En su texto Lo imposible a traducir, se lee: “Hay, en cada lengua, una palabra, y un lugar en la lengua, para decir el desconocimiento radical y necesario del extranjero” (Il y a, dans chaque langue, un mot, et un lieu dans la langue, pour dire la méconnaissance radicale et nécessaire de l’étranger). ¿Por qué usted habla del desconocimiento radical y necesario del extranjero? ¿Cómo podemos articular esta afirmación con la estructura?

 

H.Y.: Es el precio que pagamos para que, entre los dos significantes, el objeto y el yo sean soportes del sujeto del inconsciente. Sin ese desconocimiento radical no hay topes de la cadena significante, no hay ni límite ni función.

 

A.R.: Lacan dice que la angustia es la única traducción subjetiva de la presencia del objeto. ¿Qué idea de traducción podría desprenderse de allí?

 

H.Y.: Lacan usa la palabra "traducción” en su sentido literal (en latín translatio o en alemán Übersetzung), pasar de una orilla a otra del río. Las dos riberas, sin embargo, no tienen nada en común. De eso que es signo del objeto, en su borde de goce del Otro, que no es del orden del significante debe desprenderse un vector, que es el del movimiento hacia la palabra. Ir al significante allí donde éste, por naturaleza, no está. Buscar el deseo, única arma posible para enfrentar la angustia, es darle al objeto el semblant que le falta.

 

 




[1] Héctor Yankelevich: L'impossible à traduire, Comunicación leída en la Reunión Preliminar para una Convergencia Lacaniana de Psicoanálisis, Barcelona, 7 de febrero de 1997. En este número publicamos la traducción de ese texto, hasta ahora inédito, a continuación de la entrevista.

[2] Sigmund Freud, Studienausgabe, Band IX, Unser Verhältnis zum Tode, s.49. El significante "beiseite zu schieben" es la primera aparición de la división del sujeto, que se acostumbra a datar de 1938, de "La división del "yo" en el proceso de defensa".

[3] También en Oriente, el pasaje del sánscrito al chino y del chino al japonés, traducciones que fueron el vehículo del budismo y a las que Lacan prestaba gran atención, ya que se esmeraba en traducir textos chinos en la primera versión que había de su pasaje del sánscrito.

[4]  Se puede leer con provecho Façons de parler grec à Rome, bajo la dirección de Florence Dupont y Emmanuelle Valette-Cagnac, Bélin, Paris, 2005.

[5] Aunque conozcamos el pasaje donde Lacan alude al medén de Demócrito, nunca habríamos desarrollado esta reflexión sin dos obras capitales de Barbara Cassin: su traducción comentada de Parménides, renovadora de una lectura de los presocráticos  (Sur la nature ou sur l'étant, Points, Seuil, Paris, 1998) y Jacques le Sophiste, Lacan, logos et psychanalyse, Essais, Epel, Paris, 2012 (Hay traducción al castellano).

[6] Silvia Amigo desarrolla en este sentido las observaciones más pertinentes en cuanto a que no es posible homologar todos los nudos de cuatro cuerdas.

[7] Manuscrito inédito.